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La Guerra de Los Egos

Era él el hombre que rompía corazones; el que antes de darse la vuelta ya había olvidado sus caras y, de sus ojos, los colores. El que escribía la misma carta de amor a todas sus amantes; cada letra, cada coma, cada punto y aparte. El que no sentía ni una de las lágrimas derramadas en su nombre, ese hombre. Aquel que miraba sin sonrojo el aleteo de una falda, mientras agarraba otra cintura. Y siempre se tomó a piropo la palabra "caradura". Que tenía, decían, un agujero negro donde debería haber un corazón. Quien siempre dedicaba a todas la misma canción.

Era ella la mujer que nunca amó. La que nunca puso en agua los ramos de flores y dejaba caducarse las cajas de bombones. Aquella que exigía sin entregar nada; la que sin reparo ante un poema bostezaba. La que coleccionaba pobres diablos en una agenda desgastada, aunque jamás necesito usarla, porque era ella la mujer que nunca llamaba.

En aquel bar sin nombre se cruzaron sus miradas. Aquella era, sin duda, una guerra declarada.
Después de una cruenta batalla por ver quién jugaba mejor al juego de no quererse, quién tenía menos miedo de llegar a perderse, se vieron las manos arrugadas, los pelos canos, los andares lentos, las piernas cansadas...
- Mi amor, creo que es hora de reconocer que hay algo especial entre nosotros.
Pat20 de enero de 2016

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