El último movimiento es el más difícil
Hienden como astutas saetas de albardilla seca por este mi orbe inmutable, donde los alientos yerran disolutos, helmintos en un tempero discrepante, en tiempos impuros, cuyo último movimiento es más difícil, elegir, ganar o perder, matar la ficha, sacarla de la casilla del tablero, de la vida en definitiva.
En las aristas veladas irradian las postremas fracciones de las neuronas, son grises, con sabor siempre del pretérito y que dejan sus lamentos a través de la derrota, pero también en la victoria.
Uno vaga afligido, transita menesteroso, sin pompa ni boato, cuando los horizontes perdidos se desdibujan sobre una realidad efímera, lejos de las leyes de los hombres, entiendo entonces al lobo solitario, que viejo, aúlla sobre la peña, recordando al animal, antaño poderoso, y que ahora se alegra de encontrar carroña sobre los musgos de un bosque que ha dejado de ser su vida y que sabe que pronto será su tumba.
Adhiero mi pensamiento vivo a los de mi remembranza y a ese yo impertérrito que hace tiempo que ya no siente, soló camina, deambula, se desliza como un caracol por la hoja de una cuchilla de afeitar, ése es mi sueño, mi pesadilla, deslizarme por su filo y sobrevivir. Hace muchas estaciones que estoy disipado en el paralelismo de los entrambos orbes, acuciado por la equidistancia que sobrevuela la corneja de la existencia, vida aciaga, fútil, entredicha de los misterios que alumbran la verdad, esa que me concibe frágil y me forja a abrigar que el pensamiento de antaño, de todos los ayeres, en realidad fueron quimeras, fantasías fruto de mi invención, sí, fruto de una mente que soló quería escapar a la realidad y que jugó a seducir a las utopías que no persisten y a las ilusiones que como el humo de una hoguera, se eleva para perderse y disiparse en el común aire.
Es necesario proporcionar a la cosecha de tu vida, la mies del alma que anida, el decoro de la verdad, no engañar a la verdadera verdad que a uno viste, sé que no es menester suplicar, ni sirve de nada, sentirse vacante de uno mismo, en los antaños perdidos había una destino que me decía que uno no puede huir de su propias miserias, que no hay subterfugios ni mentiras en el camino que te lleva al final, y que siempre tendrás que elegir un último destino, un último pensamiento, una última decisión, un último movimiento, y que al final, ineludiblemente, sabes, que tu ficha caerá rodando muerta por el tablero.
Caminas sobre la carretera, y tras la colina piensas que tras ella, habrá un valle inaudito, tierras fabulosas, edenes soñados en la realidad de tus propias entrañas, pero al detenerte, la línea contínua de la carretera sigue, infinita, y no hay un más allá, soló un más acá que se revela con la última montaña dibujada en tus pupilas, te crees perdido en una desolada tierra, pero lo que te oprime es tu propia verdad, deseas que ocurra algo, que suceda un milagro, que sople el viento, que estalle una tempestad y que el agua cale tus adentros para sentirte al menos vivo, pero descubres que soló estás ante tu soledad, no hay nada más, soló un pequeño espacio de aire vacío, que lejos de ser un consuelo, soló es el parangón que te resume, estás solo, tú y tu incomunicación y entonces has de tener la osadía de no murmurar, ni silbar, porque el silbido no te hará un ser menos solitario, y tener la sangre fría para reflexionar sobre los tiempos que vendrán, pues no traerán un final ulterior, ni los ensueños tremebundos de las azules cascadas de agua infinita, no hallarás respuesta en el tiempo, ni en los jardines prometidos de una religión monoteísta donde sus lisonjas, lejos de crecer, solo se avejentan, con el paso de las miradas perdidas.
Al final el grajo negro aparece sin más, sin un motivo, sin una verdad que sea intrínseca al índole de la existencia, lo único que has hecho es sobrevivir, ése es tu único mérito, caminas por la senda lleno de tasajos y harapos de la vida, con los pies ensangrentados de tanto caminar en círculos, entre peanas y las simas, entre los valles y tus sendas, soló quedan los meandros de un espacio que has ocupado y que ya toca a su fin, en el pasaje trillado se unen los pájaros de barro que quieren volar susurros de anhelos guardados creyendo que la vida es un sueño, como dijo algún navegante atribulado; alejarme tan soló quiero, de esta vida que vivo ya sin convencimiento e irrumpir en el tiempo de las luces, barros vivos encendidos por la manos del misterioso alfarero, añoranza de otro tiempo en que me honraba la presencia de un yo que levitó sin forma definida ni color, desinteresada y cierta de movimiento, donde son ciertos los días que amanecen radiantes de nubes mensajeras que te invitan a viajar y te invitan a soñar. Nunca el tiempo es perdido, es sólo un recodo más en nuestra ilusión ávida de olvido, en la mutación de la existencia, cuando la tez se hiende y el lapso aflora breve, concibiéndolos en el profesar y en su fin, como armazones incorruptibles de alma huera, yuxtapuesta al crecer del bardo que una vez logró ser y cedió, en la pesquisa de un último movimiento, que sabiéndose tétrico, no es menos real.
Después de haber recorrido el camino, no eres, ni más viejo ni más sabio, lo único que has aprendido es que el último movimiento, es el más difícil.