Muerto
La savia mana iracunda
en el pliego de las estolas ausentes.
Acarreo los calcos roídos
por las peñas del arcaico paisaje.
No adquiero lenitivo
vuelven añejas marañas,
del destino que al alzar el vuelo,
destruye todos mis espejos,
y todos sus cristales rotos
hacen sangran mis pies.
Me muero en la sangre
de mis propias verdades.
Me siento como un perro
con las entrañas abiertas
muerto en la carretera.
Solo queda de mí el hedor
nada más, he muerto.