No cabe en su corazón amor, sólo un te quiero
Todo lo que es inmortal tiene que ser hondo.
el edén lo refugia bajo su apacible hábito,
trocando esta la morada de aquel que fue santo,
y en el lecho, llora desgarradoramente aquella que cerro sus ojos.
Yo te suplico Dios, que con privanza compasiva,
la dejes yacer sin que Morfeo la turbe,
mientras que los difuntos discurran por su lado.
Duerme, Princesa, que nadie ose a despertarte
sabes que mi alma te anhela, duerme,
que así sea, eterno, profundo el sueño sea;
que las villanas sanguijuelas se halen mansamente
en el estante de su vida yerma y fría;
hay en la distante vida, espectros e inmortalidad,
pues aunque su tumba sola está, los recuerdos
danzan alrededor como colibríes en busca de miel
reviran al viento, soberbios y gloriosos,
nadie le olvida, ni tu ilustre familia
ni el tiempo que fueron los paños exequios;
saben el camino, triste camino, amargo, escondido
un cercano panteón, en el que las lágrimas cayeron
fútiles y divergentes, atávicas que roen la piedra por la sal seca.
Esa que quedo por siempre ácida en la piedra.
ella su mujer, lo hizo, maldiciendo su fenecer,
no hay adornos en la losa que arranquen la pena,
ni los fúnebres ecos de tan tristes gritos de muerte.
¡Qué afligida conjetura pobre amante del pecado.
Ella que siempre cree que la puerta algún día se abrirá,
desea con todo su gozo que no doblen las campanas,
alejando así la muerte terrífica de su eterno y triste gemido!
Eternamente tu fulgor elegí;
por tanto mi alma codicia
el fatuo afán
que nace en alborada y muere en la puesta del sol,
admirando la pureza de la que estás hecha,
y ese tu ardiente fuego próximo
es otra luz, más sobria, más cercana.
De los pedazos que quedaron
y que la lluvia no arrastro,
fabriqué alas de mariposas
que vuelan, afanosas del celaje,
y descienden de nuevo,
sin reír nunca, el recuerdo
pero si a la certeza,
que aunque prendida de sus alas temblorosas,
existen vestigios de sublimes esperanzas.