NO INGRESES MANSAMENTE EN ESA HUMANA OSCURIDAD
No ingreses mansamente en esa humana oscuridad,
Que es conclusiva del tiempo y acaece la senectud de inflamada locura;
Indígnate, encolerízate ante la expiración del albor.
Si bien los ilustrados conciben terminantemente que la penumbra es lo considerado,
Como a su vocablo ningún exhalación ha incautado enjundia,
No unirse calladamente en esa humana tenebrosidad.
Sollozan los mortales clementes, al alcanzar la postrera ola
Por el centelleo de sus vidriosas labores consiguieron haber cabrioleado en una obscena rada
Se encolerizan, se enojan ante la expiración de la luz.
Y los idos, que al astro rey prendieron al revoloteo en sus trovas,
Ya señalan, desorbitadamente tardíos, los ultrajes que se forjaban,
No adhiriéndose consumadamente en esas misericordiosa tinieblas.
Y los mortales arduos, en su defunción adyacente, saben que el horizonte se extingue
Advierten que esos fanales turbados supieron irradiar como exhalaciones y ser gozosos,
Se crispan, se impacientan ante el fallecimiento de la luminaria.
Y tú, progenitor mío, allende en tu cúspide afligida,
Denígrame o encúmbrame con tus salados sollozos, te lo exhorto.
No te unas sin veleidad en esa caritativa confusión.
Encolerízate, enójate ante la muerte de la luz.