Estás en el metro y ves que una mujer deposita sobre un asiento al bebé que llevaba en brazos, le inyecta una jeringa y después de su bolso saca un pequeño bisturí y procede a vivisectarlo.
Los berreos son abismantes. Ves la grasa amarilla salpicada por los propios espasmos del bebé tratando de defenderse, y los chorros de sangre vívida como géiseres reventando: ¡Es un error! ¡No debo morir!; pero la Justicia sonríe como sobre cualquier acto natural de matanza de una presa por parte de un predador. Ella entierra y revuelve su colmillo de acero con cacha de cuerno.
La gente se ha agolpado en un círculo que apenas la deja maniobrar. Ella está acalorada, respira pesadamente, puedes sentir el olor de su cuerpo. Pero es la sangre la que lo domina todo, el corazón ahora al descubierto, desesperado por creer que sólo se trata de un trasplante. La esperanza es un bicho increíblemente difícil de matar.
Por un momento (para un observador casual, miope y quizá extragaláctico) la escena parece un teatro de operaciones, la atemporal lección de medicina. Especialmente cuando el ser bajo el cuchillo deja de moverse, su centro perforado por el acero como la yema de un huevo que se derrama. No hay más gritos, pero hay aplausos de los circunstantes.
Ella se vuelve, se inclina hacia los cuatro puntos cardinales, hacia los que la rodean, y dice:
-Uno menos.
De dónde sos? Si sos de Argentina, podría cambiarse metro por subte?
Está buenísimo el texto. Y mirá que empecé a leer con bronca por esa palabrita, pero la verdad que me dieron ganas de matar un bebé.
era la intención? fue eficaz?