El beso había sido tan jugoso en la mejilla, que despertó sensaciones eléctricas que quería volver a repetir. La corrió un par de cuadras para pedirle prestado sus labios y ella le sonrió. Cuando menos lo esperó, en el microsegundo justo en el que cargó sus pulmones con nuevo aire, se prendió de sus labios y fue ella quién descubrió que una sensación extraña empezó a invadirle todo el cuerpo.
Minutos después se desprendieron chamuscados de locura y cada quién regresó a sus jaulas como para que nadie sospechara que habían faltado a las reglas del cortejo.