Dominando al intelecto, su envoltura era fiel a su piel,
suave, tranquilo, templado, unos besos ausentes y unas lágrimas
que suavemente le recorrían su semblante.
La autoridad de sus padres invalidaban su carácter, aunque a veces
con condescendencia, como en el filo de un inmenso precipicio, le
endulzaban un poco para que algún perfume de cariño le calentara.
Una vida con un mucho de gozo y un poco de sombras, provocaban
sus letras, con una noción de tiempo absurda, hablando de literatura
y una rara especie de cuento, largo, muy largo, que otros leían,
y con encanto guardaban en el desván de su interior.
Los cuales ya dejaron de leer por respeto a sus hábitos morales y a sus prácticas
ajenas a ellos, que revelaban sus más ocultas fantasías.
Semilla que en el devenir penitente de cada día,
aguardan las ocurrencias que nadie sospecharía,
como repeticiones de sueños, heridos sin amargura.
Conmovedor encanto y un decir breve, entregado a los enredos
le ocultaba los esquivos perfiles de la palabra.