Sostengo la mirada hacía el infinito, perdiéndome en una sinfonía colorista que se extiende a lo largo del horizonte. Desde esta privilegiada ventana observo la realidad que me cautiva, un denso bosque se abre ante mí. Intento captar el más mínimo detalle de este hermoso valle en estado de otoño, para que me quede aprisionado en mi traspuesta y escurridiza memoria.
Sorbo de mi café, ya frío, las últimas gotas de este brebaje adictivo y placentero, mientras una lágrima resbala por mi rostro trasformado en hermoso por la sabiduría de la vida vivida.
Sin querer, con dolor, derramaría mares de lágrimas por mi desdicha, siniestro destino que me lleva a la nada más absoluta, al silencio nebuloso de mi memoria. Roces, caricias, besos, emociones silenciadas para nunca volver, todo borrado capítulo a capítulo empezando por el final.
Indolora confusión que alterará el sentido de mi orientación, salvación de mis pesares enmudecidos por siempre, el todopoderoso destino me obligará a doblegarme a sus caprichos. Famélicas quedaran mis neuronas, cruel destino que me forzará a olvidar y nunca recordar.
¿Me quedará la esperanza de recordar mi nombre en tu vehemente voz?, ¿te sentiré en el ardor de tu piel cuando me roces?, ¿sabré en lo más hondo de mi, que eres tú quien me habla, quien me toca?...
Aunque no logre encontrar las palabras para responderte un te quiero a tiempo, me debes buscar en mi mirada perdida, en el fondo de mis ojos verde intenso, ahí estoy, atesorando mi pequeño tesoro de recuerdos.
Duro transitar, ese que sigue por el camino que te lleva a la pérdida de tus recuerdos, del reconocimiento de tus seres queridos, con momentos de lucidez que como un latigazo te hacen darte cuenta de esa pérdida de forma progresiva e irreversible hasta ser un ente que simplemente vegeta en un limbo de espera. Fabuloso retrato de esta dolencia por desgracia tan extendida.
Un saludo cordial.