Entre relámpago y relámpago diviso la hamaca del patio, hamacarse sin dueño.
Una sombra corre agitada y se lanza tras una gran pila de ladrillos.
Dos más, corren a cobijarse tras la sombra de los los árboles.
Sus ropas son desmesuradamente grandes.
Hace largo rato han cortado la luz y el agua.
Mi móvil yace inerte, totalmente descargado.
La lancha ha sido soltada de su amarra y navega al garete por el rio.
Cae una bolsa con cartones incendiados en la puerta trasera.
El humo penetra y lenguas de fuego calan la madera y queman la cortina y sus flores.
No sé quiénes son. No sé qué buscan.
Arrastrándome llego hasta la mesa, en su cajón, la abuela guarda el arma.
La reviso nerviosa y con premura. Tiene una sola bala.
Se escuchan golpes sobre la madera en llamas. Hay gritos y guturales.
El humo me ahoga y mi piel se ampolla.
Comienzo a llorar. No puedo controlarme. Me orino.
Miro el aceitoso caño empavonado y su negro orificio, aprieto las muelas.
Con el rostro todo blanco, alcanzo a ver una sombra detrás de la bala.