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La Tienda de Campaña 15 de febrero de 2012
por rpuc
El mes de julio estaba a punto de agotar sus días dejando paso a agosto. Ambas parejas, que contaban sendos matrimonios, habían aprobado pasar la noche del sábado en la tienda de campaña que nunca usaban los propietarios. Comprada años atrás bajo la influencia de bonitos sueños de aventuras, reclamaba la verdad cada día, aburrida en lo alto del estante del granero. La playa sería el mejor sitio de montaje y uso. Llevaron un solo coche, cargado con todo lo necesario para disfrutar el fin de semana. Comida, bebida, música, incluso uno de ellos llevaba dos novelas cortas de bolsillo. También contaban con un TV a batería para desmarcarse de la trivialidad que aquello representaba, aunque sin conseguirlo de una forma clara. La mañana del sábado fue para montar la tienda, ordenar los trastos, preparar la comida y conseguir ubicarse en la escena. La diversión del comienzo adjuntaba risas hipócritas sobre cosas idiotas. Unos breves juegos de raquetas y un baño para refrescarse fue el preámbulo de la comida. El toldo que se sumaba al diseño de la tienda, enganchado a la parte superior del coche, creó una sombra suficiente para acoger a los cuatro. La radio acababa de contar las 15.00 horas. Tras plegar por último la mesa utilitaria comprada junto al paquete completo de cuatro sillas con respaldo y a la tienda de campaña SuperSpace en -LA AVENTURA ES TUYA-, y una vez recogidos los cubiertos y tirados los plásticos y las sobras de comida, los cuatro segregaron su compañía. Ellas se dispusieron a la tertulia que acompaña un café y un cigarro. Uno de ellos abordó uno de los libros que empezara días atrás, mientras el otro daba forma a la arena con su cuerpo tumbado en busca de una siesta que amortiguara el cansancio del trabajo matinal y acurrucara una comida ostentosa en su estómago. La radio continuó su trabajo y al contar las 17.45 divisó que el libro había agotado sus hojas, las chicas levantaban la toalla y el mozo daba señales de vida tras su profundo descanso espiritual. Los cuatro volvían a dar vida al entorno que en silencio gobernaba la tienda.
Los hielos cayeron al fondo de los vasos. Un chorro de licor transparente los quebró hasta el corazón. Un tinte de color naranja decoró los vasos encima de una mesa que ya soportaba una baraja española, un cenicero, dos paquetes de tabaco y tres teléfonos móviles. En la arena aplastada por al ajetreo matinal dejaron una libreta y un bolígrafo. Unas manos de cartas ocuparon la tarde hasta el primer adiós solar. Una garrafa con grifo colgada de la rama de un árbol muerto hace años, improvisó una ducha suficiente para garantizar un mínimo de confort de cara a la cena. Mientras tres acompañaban el definitivo adiós solar con una tertulia nada deshonrosa para ser playera, uno estrellaba unos huevos contra la sartén. La espuma de cerveza desbordaba los mismos vasos que antes vieron el morir de los hielos. El TV dibujaba en su pantalla una neblina permanente, por lo que fue la radio la encargada de amenizar el momento. Luego de unos cigarros los cuatro decidieron dormir.
La tienda Super Space no hacía honor a su nombre. Mientras la etiqueta rezaba “capacidad para 6”, cuatro personas bien parecidas conseguían rellenar hasta el último rincón. La falta de espacio, el calor y las cervezas bebidas, llevaron a unos juegos cruzados nada íntimos. Una lanzaba su mano reiteradamente contra uno del bando contrario. Otro colgaba su pierna sobre el pecho de Una. Otra mano se alojaba en la entrepierna del contrario, mientras otra pierna capturaba varios cuerpos. La oscuridad era cómplice de las acciones, pero el tacto quizás hiciera de espía. Uno decidió dormir en el coche abochornado por el transcurso de la noche. Otro salió en su busca ofreciendo una explicación. Las risas se tornaron en dudas. Los hechos, imposibles de esclarecer, se habían dado en realidad. Larga se hizo la noche sin nada que soñar y con mucho que ocultar.
Un baño bajo las primeras luces del domingo consiguieron apartar de los otros dos, los dos que importaban. Allí, donde el agua cubría por encima de los hombros se forjo el futuro incierto que les acompañaría para siempre. Los deseos deberían ser censurados y los impulsos segados.
La tienda no volvió jamás a ver la luz del día ni de la noche.

2 Comentarios

Un buen texto empieza como un dia normal de playa y el final sorprende. Mis saludos y animo sige escribiendo

03/03/12 08:03

Muchas gracias de nuevo. Se agradece que te opinen tus escritos.
Un abrazo.

05/03/12 07:03

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