El aire está impregnado de infaustos sonidos en una prisión olvidada por el mundo. La ponzoña espiritual es tan grande, que los rayos del sol luchan por abirse camino en una marea de polvo que inunda los sucios pasillos enrejados. Unos pasos firmes se escuchan entre juramentos de gente asesina y cobarde. Aquel que camina está envuelto en un misterio de sombras; sus oídos son sordos ante los gritos de los reclusos, y sus ojos obvian la existencia del mar de rostros que ahora lo contempla, semblantes chupados por el hambre.
Una larga túnica envuelve las formas del caminante, las facciones de su cara están ocultas bajo el auspicio de su capucha. Retazos de rojo pálido se funden con el tono marrón de la prenda, es sangre muerta desde hace tiempo.
El viaje concluye ante el agudo chirrido de los goznes de una puerta que se abre sin ser tocada. Al otro lado, un viejo hombre demacrado se sobresalta, sus intentos de conciliar el sueño sobre el suelo no han dado resultado, ahora debe atender la visita con cansancio. El misterioso caminante entra en la habitación y se sienta triunfante, pero no da muestras de ello, simplemente se limita a mirar con la rigidez del hierro.
Espera...
Espera...
Tan solo unos segundos para reaccionar, el viejo ha creído reconocerle. Entonces el caminante habla.
"Bueno Marius, por fin te encuentro".