La notaba distinta, como si algo la estuviese perturbando, silenciosa, como quien asiste a un funeral, distante, casi en el más allá. Pero en esos momentos hablar, o preguntar no era conveniente, por su salud. Por su salud.
Si había algo que adoraba intensamente era la palidez persistente de su piel, el parecido a la porcelana.
Decidió servirse más café, y preguntarle si quería otro poco más a ella, que casi ni tomaba, ni hablaba, ni respiraba.
No tuvo respuesta, así que solo se sirvió su taza, y volvió a la posición inicial. Le sostuvo la mirada, hasta que ella se rindió, ladeando la cabeza. Y fue entonces que notó que llevaba más de tres horas muerta. El tiempo exacto que había durado su café.