Salí de mi casa, como todos los días. El día era gris, aunque creo que el sol quería asomar, pero las nubes lo tapaban y no lo dejaban salir.
Caminé por el barrio, saludé a un par de vecinas que barrían y otro par que tomaba mates en la vereda. También saludé a los chicos, que jugaban a la pelota en el campito y de repente me agarró la nostalgia, la adrenalina, y sentimientos mezclados.
En mi mente armaba un discurso que probablemente nunca, jamás diría y el día se me hizo gris por dentro. Suspiré, pensé, lloré y seguí caminando. Seguí así hasta la estación. Era clarísimo el recuerdo del tren, y como me dejaba llevar por mis pensamientos mirando a través de sus ventanas, casi podía volver a ver todos los paisajes de nuevo.
El corazón me latía fuerte, y al lado de las vías me senté a esperar. Los minutos se me hicieron eternos, hasta que finalmente escuché el sonido que provenía de mi salvador, entonces, decidí que era hora de volar, volar bien alto… extendí mis brazos y me dejé caer, confiando mi suerte al tren. ’Todo va a estar bien’, pensé, y una lágrima quedó estampada en los rieles.

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