La noche se disipaba y en mi mente aparecían las palabras que aquellos hombres temerosos promulgaban antes de su partida. Yo no podía explicar lo que eso significaba, nada ni mi voz ni mi espíritu eran capaces de revelarme lo que el próximo día tendría que enfrentar.
La partida sería dolorosa, todos sabíamos que nuestros cuerpos quedarían en la oscuridad del laberinto, que nuestros nombres jamás serían recordados y, lo que es peor aún, que mi coraje no sería suficiente para alcanzar mi propia salvación.
Cuando me propuse esto no pensé que hoy, que ahora, sentiría que la cama se hunde en mi cuerpo, que mi cuerpo no será mío mañana y que mañana no sabré hasta qué hora podré ver la luz del sol allí arriba.
Es tarde, debo pensar en cerrar lo ojos, en descansar antes del final. ¿Será ese mi final? ¿Podré ver al menos la cara de ese monstruo antes de mi final?
Tendré que pensar, tendré que ser valiente. Valiente cuando sus manos como garras se acerquen a mi rostro; valiente cuando ya se decida a matarme.
Sé que correré rápido; podré hacerlo. Tendré que pensar que todo está dicho ya. No podré. Sé que mi espada guarda victorias. Tendré que pensar que no voy a ser valiente para utilizarla contra él. Mi vida está acabada.
La noche agonizaba y en mi mente rondaba una palabra de aquéllos: Moriré.