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Dulce Locura

Sus mejillas enrojecían al mismo tiempo que él la acariciaba, suavemente, como ese viento cálido en un verano de ensueño. Los labios, gruesos y temblorosos, suplicaban un beso entre mil lágrimas de oro que iluminaban sus verdes ojos en la dulce oscuridad. Pálpitos incontables resonaban una vez tras otra por la habitación. La tumbó en la cama, con un leve movimiento al unísono de su respiración. Cerró los ojos mientras susurraba a su oído palabras que, como navajazos, permitían encajar los golpes a su devastado corazón de niña. Dejándose llevar por esa embriagante sensación, regaló su débil cuerpo. Su derrotada alma lloraba al pensar en esos días de soledad ya vividos, esas noches que, como pesadillas, la perseguirían eternamente. Era consciente de que, ese instante de felicidad incontenible, se desvanecería junto a él al cubrir de nuevo su desnuda figura dibujada sobre las sábanas. Empezó, entonces, a besarle el cuello. Apartaba sus rizados cabellos, facilitándole el camino hacia el placer. Delicados roces estremecían la silueta de la chica reflejada en la pared a la tenue luz de la luna, que en ese momento, tímida y retenida, se escabullía entre las cortinas. Lenta y sigilosamente se acercaba a su pequeña boca. Ella agudizó sus sentidos. Oía su rápida respiración. Sintió sus manos de hombre entrelazándose con sus cabellos rojos pasión, apartándolos de su rostro avergonzado. Vio su mirada, sincera y desconcertante. Y su olor… dios. Ese tranquilizador olor que, una vez él se fuera, seguiría impregnado en ella como el denso humo de un cigarrillo consumiéndose al momento. Hervía la sangre por sus venas, a duras penas podía moverse. La besó y, en ese primer instante de conexión, él se convirtió, indefinidamente, en su marca de heroína.
Snuff0715 de noviembre de 2015

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