Guardo para mí las letras que forman tu nombre, sin tener el valor aún a pronunciarlas en voz alta en la intimidad, negándome así el derecho a enredarme con ellas y calmar mi necesidad de tí, más allá de la presencia de los demás. Observo desde mi viejo torreón tu delicadeza cuando tocas los objetos, como impregnan mi corazón tus dedos con la ligereza de las flores silvestres. Celos tengo de tus cabellos porque con su belleza acarician el contorno de tu cara. Ya son tres las veces que olvidé mi destino, en medio de calles atestadas de tu ausencia, aceras sin encanto y balcones que anunciaban mi prematura retirada. Es como empezar una historia desde el final. Atesorar el secreto que esconden las letras de tu nombre y sentir como irrumpe el deseo. Soñar despierto, incluso cuando mis ojos no tienen ningún recoveco donde evitar la claridad prendada de magia de los tuyos en la inmediatez. Aterra el espacio sin tí.
Si pudiese dejar atrás mi cobardía, me siento atado de pies y manos, inmóvil dentro de este vendaval. Soy de esas personas que tienen miedo a volar. Nada me mueve, una llamada de tus labios y me olvidaría del azul. No sé más que continuar este sueño: tu nombre. Por una vez, tengo frío. ¿me perderé entre la multitud?
