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¿sus Derechos? (segunda Parte)


Bueno, como continuacin a los dos post publicados hasta el momento relativos a esta conmemoracin de la declaracin de derechos del nio y con esa clara intencin de aportar nuestro pequeo grano de arena, con la denuncia o la inquietud reflejada en nuestros textos, os dejo ahora los seis correspondientes a los compaeros en libro de arena:



ARTEMIS, VIOLETTE, EL CABALLERO DE LA NSULA ETREA,


EL PESO DE LO LIVIANO, MAPARO Y ENLABASLICA



Gracias a todos por leernos y a todos los participantes por su inestimable ayuda! Esperamos vuestras colaboraciones


SOSINFANCIA



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DE VUELTA A LA TIERRA


(ARTEMIS)




Presiento tus ojos aviesos
buscando en mis huellas,
el rastro de muerte
que arrastra mi paso cansado
de vuelta a la tierra.

Presiento tu gula acechante
confiada en la espera,
contando paciente las horas
que pasan despacio
minando mis fuerzas.

Intuyo tu sed de la sangre
que late reseca en mis venas
cubiertas de polvo.
Percibo tu ingrata presencia,
voraz carroero,
husmeando en el aire,
impasible,
los pocos minutos de hambre que restan.

No temo a la muerte,
me aterra la vida,
me asusta el humilde abandono
de un cuerpo pequeo
que busca inseguro la huda
en este cadalso.


Y antes de la noche
tus ojos aviesos encuentran mis huellas;
ya me vence el sueo
tu ansia acaricia mi pena
mi paso, cansado,
encuentra su cuna
y arrastra mis huesos
de vuelta a la tierra.



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LIDIA (basado un hecho real)


(VIOLETTE)





Lidia es espaola. Vive en una caravana al fondo del callejn. Hoy no ha acudido al colegio. Tampoco hoy, quiero decir. La ltima vez que acudi fue el viernes pasado. Hoy es mircoles. Demasiados das. Tendr que dar parte a la Comisin de Escolarizacin. Pero antes, debo asegurarme que est bien. Paco, D. Francisco, el director del Colegio, anota la tarea para el final del da.

Lidia tiene 11 aos. Hace ya tiempo que es consciente de su cuerpo, de sus cambios pre-adolescentes, y de cmo la mirada de los nios mayores ha cambiado hacia ella en los ltimos meses. Su hermana pequea, Cora, tiene 9 aos, solo dos menos que ella, y comienza a meterse con ella y con los cambios que est experimentando. Lidia, lejos de molestarse, la cuida y la protege como si fuera su madre, asumiendo a su corta edad una responsabilidad que no le corresponde, que debiera ejercer su progenitora. Pero su madre, lejos de aceptar las responsabilidades derivadas de su maternidad, ha optado por refugiarse en la pasividad y la indiferencia, y prefiere dejarse llevar cada da por donde sople el viento, y las instrucciones de un marido demasiado acostumbrado a dar rdenes sin dudar de su obediencia.

A Lidia le gusta mucho ir al colegio, a pesar de que algunos das su asistencia roza ms la desilusin que el nimo. Porque algunos das, el rechazo de sus compaeros se materializa de forma tan contundente que es imposible permanecer ajeno a l. Hueles mal, la dicen, y ella, consciente de que esa repugnancia es tan natural como dolorosa, busca su juego en las esquinas solitarias del patio del colegio.

En esos das especialmente la gustara cambiarse de ropa ms a menudo, pero no puede. En la caravana donde vive, no hay mucho espacio para armarios. As que su vestuario es ms bien limitado. La gusta especialmente el verano. Ve a su madre lavar la ropa a mano, sobre un tmido y deslucido barreo, y cmo la tiende en la calle entre el poste de la farola y la seal de calle sin salida, coloreando el sombro callejn. El invierno, por el contrario, transforma el paisaje en un tenebroso pasadizo, donde la ropa tarda das y das en secarse, de forma que en muchas ocasiones terminan por usarla sin secar del todo.

Sobre la ducha an no se ha decidido. A veces la gusta y a veces no. Solo tiene posibilidades de hacerlo en el colegio, los das que hay gimnasia. Slo que algunos de ellos no puede ir. Su padre la encarga otras tareas que nunca se plantea no hacer. As que solo se puede duchar si el da que hay gimnasia puede ir al colegio. En los meses de calor, la ducha cae sobre ella como una bendicin, y la gusta el aroma de su cuerpo an cuando tras el agua, tiene que volver a ponerse su ropa usada de no sabe exactamente cuntos das. En invierno, sin embargo, y an cuando el agua en el colegio es caliente, la ducha suele dejar un rastro de melancola sobre ella. Y no la gusta estar triste.

El caso es que Lidia hace tres das que ya no acude al colegio, y el director, implicado en el caso ms all de lo requerido por su puesto, pero causa innata de la devocin por la profesin, decide visitar la caravana junto con Manuela, la profesora de la nia. Nunca se le hubiera ocurrido acudir a ver a la muchacha l solo.

El escenario alrededor de la humilde caravana es triste y fracasado. La basura se amontona en la esquina con el nico edificio, sucio y abandonado, que delimita el lateral derecho de la calle. A la izquierda, el solar de las cocheras del metro, perfectamente delimitado por un muro de hormign que bien pudiera ser una torpe rplica nacional del Muro de Berln. Al fondo, una tapia de ladrillo envejecido, tras la que se oculta otro mundo de desechos y vertidos civilizados. Desde una de las esquinas, y oculto tras una sbana, llegan los efluvios nauseabundos del rincn que a modo de retrete utiliza la familia.

D. Francisco golpea suavemente la roosa puerta de la caravana, que permanece muda. Insiste con mayor afn, seguro de que alguien se halla en su interior.

Finalmente, tras el eco de sus puos contra la puerta, la dulce y temerosa voz de Lidia.

- Quin?
- Lidia, soy D. Francisco, el director del Colegio. Me acompaa Da. Manuela, tu profesora.
- Hola D. Francisco suena risuea la voz de Lidia al otro lado de la puerta- no puedo abrirle. Instrucciones de mi padre.

Paco conoce al padre, un conocido mercachifle del barrio, dedicado a recoger chatarras entre trapicheo y trapicheo. Hace tiempo, cuando llegaron al barrio, trataron de ayudarle desde el colegio a encontrar un trabajo estable que les abriera las puertas de una vivienda digna. Se neg. Acostumbrado desde su infancia a la vida nmada, una vivienda estable le pareca una atadura que no podra soportar, y asumir responsabilidades con sus vecinos y con su propia familia que no estaba dispuesto a tolerar. As que renunci a la peticin de una vivienda de proteccin, y conden a su familia a la vida en la caravana, aunque desde su punto de vista esta era desde luego la vida que realmente los hara libres.

- No te preocupes contest D. Francisco- no hace falta que abras. Solo queramos saber que estis bien. Hace ya tres das que no vens al colegio.

Segn el sistema escolar, las ausencias injustificadas durante tres das de un menor, deban ser comunicadas a la autoridad, para poner en marcha todo un protocolo de proteccin del nio. En este caso, incluiran una suspensin temporal del RMI (renta mnima de insercin) que reciba la familia y con la que se alimentaban, lo que no hara sino perjudicar a los pequeos. La investigacin pasara tambin por Servicios Sociales, los grandes temidos de los desarraigados, que ante la mera posibilidad de su aparicin, optaban por hacer maletas y buscar un nuevo callejn, con un nuevo destierro de los nios, y un nuevo periodo sin escolarizar. As que las comunicaciones reales a la Comisin de Escolarizacin se reducan a aquellas estrictamente necesarias, para evitar males mayores a los nios.

- Estamos bien D. Francisco. Solo estamos Cora y yo. Tenemos comida. Pap nos dej un montn de bollos y patatas fritas, as que no tenemos hambre.
- Y donde est tu padre? pregunt D. Francisco, intentado componer el cuadro completo de la situacin.
- Est en el hospital. Es que mam tuvo otro nio, pero ha nacido malito, y estn cuidndolo.

La sorpresa de Paco y Manuela no tiene fin. En los ltimos meses se cruzaron varias veces a la madre de las pequeas, obligada por la legislacin (y por el Director) a recoger a las nias al finalizar el horario escolar, y nunca imaginaron que pudiera estar embarazada de nuevo. La falta de una alimentacin adecuada, y aquellas ropas recolectadas del contenedor de Ropa para el Tercer Mundo haba conseguido camuflar muy bien aquel ltimo embarazo.

Paco y Manuela, tras unas palabras de aliento, y sin poder hacer otra cosa, se van, dejando a las dos criaturas encerradas en la caravana.

Al da siguiente, las nias acuden normalmente al colegio. Su madre, y su nuevo hermanito ya estn en casa, si es que la caravana ha podido llamarse en algn momento de esta manera. En pocos das, las dos nias presentan notables signos de cansancio, con ojeras bajo sus grandes y negros ojos, y un desgaste impropia de su edad.

- Es que Pablo llora mucho explica Lidia a D. Francisco.

Pablo, su nuevo hermano. D. Francisco trata de imaginar como son las noches en el interior de la caravana, entre los angustiosos paneles de aquellos 6 metros cuadrados. Dos adultos, dos nias pre-adolescentes y un beb recin nacido. Imposible que nadie pudiera descansar.

Al cabo de dos semanas, la madre vuelve a aparecer por el colegio, esta vez con el beb sobre un cochecito donado por alguna obra social. Pablo, sin lugar a dudas, tiene sndrome de Dawn.

Y D. Francisco se pregunta que ser en pocos aos de Lidia y de Cora. Se pregunta si un padre tiene la suficiente autoridad para decidir que su vivienda digna fuera una caravana en un callejn de Madrid. Se pregunta si la intervencin de Asuntos Sociales, con la consecuencia inmediata y real de separarlas de una familia estructurada para llevarlas a un centro de acogida sera una solucin. Se pregunta qu sistema educativo estara dispuesto a adaptar su estructura a situaciones como aquella. D. Francisco augura para Lidia y Cora una rpida incursin en la vida sexual, de la mano de cualquier listillo del barrio, y precoces e indeseados embarazos. Augura una total ausencia de conocimiento sobre las posibilidades de su propia sociedad, en la que viven todos los das, eso s, de espaldas, y augura una vida llena de consumismo inaccesible derivando en trapicheos y condenas grotescas. Sabe que Lidia y Cora nunca leern las historias del Quijote, ni posiblemente nunca sepan quin fue Coln, ni donde est Amrica. Posiblemente nunca salgan del crculo de impiedad y necesidad en el que han nacido, por algn designio, seguramente no divino, que las arroj en el medio de una sociedad con mucha trampa y con mucho cartn, s, con mucho cartn.

D. Francisco se pregunta porqu l, que solo quera ensear, formar a la sociedad del futuro, hacer de la enseanza una actividad de ilusin, tiene que preguntarse cada da si Lidia y Cora hoy comern, si Lidia y Cora se podrn duchar esta semana, y sobre todo se pregunta si debiera limitarse a ejercer de director y nada ms.

Nada ms.



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RANIA


(EL CABALLERO DE LA NSULA ETREA)




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Rania contemplaba a Said acurrucada entre las sbanas radas de un catre angosto y mugriento. A sus trece aos, aquella nia de ojos verdes portaba en su mirada la tristeza suma. La alegra que se le presupona a una chiquilla de su edad migr hace demasiado tiempo de su alma para dar lugar a un sentimiento ms srdido, un sentir que hizo de las cuencas de sus ojos morada.

Embriagada de dolor y llorando lgrimas desoladas, cubra su rostro con las manos ensangrentadas, sangre que se extenda por entre su vientre y sus muslos, sangre de doncella mancillada. Gema quedo, apenas un hilillo de voz que proceda de lo ms profundo de sus entraas. Era su condicin misma de ser humano la que derramaba lgrimas de hiel.


Said rasuraba su rostro desarrugando los surcos del tiempo con una mano mientras la otra ajustaba la cuchilla con movimientos precisos. Distrado por el llanto, se procur una tajada escueta, casi imperceptible, de la que pronto man una gota de sangre y luego otra, yendo a caer derramadas sobre las grietas de su cara apergaminada, dibujando en ella un reguero carmes que no se enjug hasta terminar su tarea.

-Calla, nia! Ya pas, no fue tan mal

Pero Rania segua llorando desconsoladamente y su llanto, enervaba la paciencia del viejo. Decidi ste comprobar el estado de la chica y abandon el aseo para sentarse junto a ella, avanzando con pasos torpes sobre el alfombrado suelo de la estancia.

-Veamos qu tienes aqu - suspir con indiferencia mientras se abra paso entre las piernas de Rania.


Comenz a mover la cabeza a un lado y a otro, aproximndose y alejndose continuamente mientras entornaba los ojos para agudizar su ajada vista. Su mirada obscena y su cuerpo, llagado y cubierto de costras, constitua la fiel imagen de la decrepitud lasciva.

Rania senta nauseas, las mismas que unos minutos antes haba experimentado cuando aquel hombre, de mirada atravesada aos ha por una daga, abus de ella sin tener la ms mnima idea de qu era aquello que le estaba sucediendo. El viejo sonri entre sus muslos y al hacerlo, despleg una hilera incompleta de dientes ennegrecidos y gastados por el yantar precario. Quiso evadirse y pens en su familia.

Ella era la primera nia de un total de siete hermanas. Soadora y risuea, le gustaba salir a jugar con sus amigas cuando terminaba de ayudar a sus padres en casa. Dos nios ms, hermanos menores que Rania, constituan la dilatada prole de la familia Szewat. Su madre apenas sobrepasaba los cuarenta aos pero de su mirada cansada Rania siempre poda extraer el enorme esfuerzo que haba realizado su madre para llegar a esa edad. Su padre Ahmed era un pastor de ovejas, jubilado hace varios aos al perder una de sus piernas mientras atravesaba un campo minado. Desde entonces, y a pesar de las promesas de ayuda del gobierno, la familia comenz a pasar penurias econmicas que desembocaron en la ms absoluta pobreza. Ahmed cay en una enfermedad extraa a la que el curandero del pueblo no consegua ponerle fin. Deca que lo que su padre tena no era una herida del cuerpo, que aquella cicatriz sanamente con los meses. Crea que era una herida del espritu y para algo as sus plantas y ungentos no servan. A pesar de que buscaron en la capital unos medicamentos muy costosos que les aseguraron vencer a su enfermedad, lo cierto es que le agri el carcter y perdi la sonrisa y jams volvi a ser el mismo. Rania tuvo que ayudar a su madre con la fabricacin de babuchas, oficio al que dedicaban la mayor parte de las horas de sol y por el que apenas cobraran unos cuantos dinares diarios. Sin embargo, eran insuficientes para colmar sus deudas.

Un da, apareci en el poblado un viejo que buscaba a las familias ms pobres. Entre otras, los vecinos le indicaron que poda acudir a la casa de los Szewat. Fue la ltima vivienda que visit y, cuando lo hizo, Rania se encontraba fuera, haba ido a llevar el ltimo pedido de babuchas al hombre para el que trabajaban. El viejo mantuvo una larga conversacin con Ahmed mientras su mujer escuchaba desde la cocina. Cuando Rania regres, su padre y el viejo brindaban con arak por el reciente acuerdo que haban alcanzado. El viejo sonrea desdentado y su padre era incapaz de mirar a su hija a los ojos.

-Mam qu pasa? Quin es este hombre?

La madre se ech a los pies de su marido, suplicndole que lo no hiciese, que era todava muy joven, que no lo mereca. Ahmed, con el alma y los ojos empaados, contuvo el deseo de su corazn y mir al suelo para dirigirse a su hija mayor:

-Rania, a partir de ahora perteneces a este hombre. l cuidar de ti, te mantendr y te liberar de nuestras penurias.

El resto de aquel da permaneca en penumbra en la delicada residencia de sus recuerdos. Vislumbraba vagamente cmo gritaba su madre, el llanto incontrolado de sus hermanas y hermanos, su impotencia al preguntar por el precio pagado y no encontrar respuesta.

-No s qu ha pasado, tu padre me asegur que eras virgen. Pagu quinientos dinares ms por ello!

Se levant malhumorado y camin con paso deslucido hasta el bao, donde recogi unas gasas, las humedeci en una pila en la que acumulaba el agua durante das y regres para entregrselas:

-Lmpiate bien, tienes que durarme muchos aos.

Nuevamente, desapareci de la habitacin camino de la cocina. Rania liberaba de sangre reseca su cuerpo con sumo cuidado, ahogando el dolor en su garganta cuando pasaba las gasas por la zona dolorida. Para cuando termin, el viejo volva con una botella en la mano.

-Queda alguna gasa limpia? S? Djame ver. Esto es una bebida alcohlica occidental, la guardo desde hace aos. No me gusta pero la tengo siempre a la vista porque los vecinos piensan que mis posibles son mayores de lo que realmente son. Disfruto con ello - El viejo lanz una sonrisa sibilina y empuj las rodillas de Rania con sus codos para abrirse paso entre ellas Bien, ser mejor que mires para otro lado, te va a doler.

Pasaron los meses y la juventud de Rania se fue marchitando en su cuerpo adolescente. Se convirti en la mujer de aquel hombre contra su voluntad y como tal tuvo que desarrollar las labores del hogar. Con el tiempo, fue adaptndose a la vida en su nueva casa. Desde muy nia haba sido instruida para ello, para casarse y traer hijos al mundo. En ocasiones, era reclamada por el viejo para yacer con ella. Al principio, cada ocasin bajo aquel hombre se tornaba pesadilla y lloraba y lloraba desconsoladamente mientras l satisfaca sus instintos y su deseo de conseguir un heredero. Ms tarde, quin sabe por qu, Rania se dejaba hacer con la mirada clavada en los desconchones del techo, indiferente y absorta.

Cierto da, en que Rania se encontraba de rodillas fregando el suelo con un cepillo, lleg el viejo oliendo a alcohol y dando tumbos. En uno de ellos, apunto estuvo de caer pero ella corri a ampararlo y cayeron juntos al suelo, l sobre ella. El viejo, enfadado, grit:

-Aydame a levantarme! Vamos, enderzame, haz al menos algo bien ya que no sabes darme un hijo!

A duras penas, Rania carg con su marido y consigui sentarlo en una silla de madera. Durante un tiempo, la joven trat de encontrar en l algo positivo, algo de lo que enamorarse para hacer ms agradables las noches y los das junto a ese hombre.

-Pronto tendrs compaa. Le dijo a Rania mientras ella le miraba con extraeza. S, no pongas esa cara. Necesito un heredero y t no puedes drmelo. He acordado casarme con otra mujer.

Unas horas despus, Rania era recogida por los vecinos en el suelo, envuelta en llamas y dando alaridos. La taparon con una manta para sofocar el fuego que abrasaba su cuerpo y la llevaron al hospital de la capital. Durante dos meses permaneci all, curndose de sus heridas. Mientras dur su hospitalizacin, su marido slo acudi a verla en una ocasin. Rania haba recobrado el conocimiento y l le recrimin su accin, acusndola de avergonzarlo pblicamente. Ella, con el cuerpo y la cara llagada, una vez ms no dijo nada.

Fue la ltima vez que volvi a verlo en su vida.


Das despus de aquella visita, apareci en el hospital la familia de Rania. Sus hermanas y hermanos se apretaron alrededor de su cama, sonriendo, y su madre se puso a sus pies. La joven pregunt por su padre pero no encontr respuesta. Su madre, con la mirada perdida en el suelo, le dijo que tenan que irse de all, que fingiese estar mejor para regresar a casa. Sus padres se avergonzaban del comportamiento deshonesto de su hija y Rania acab tomando el alta en el hospital semanas antes de lo convenido.

Hoy en da, Rania oculta las quemaduras de su rostro y de su cuerpo con un niqab que le cubre hasta las rodillas y que slo deja al descubierto sus entristecidos ojos glaucos. Permanece encerrada en casa, de la que no sale jams. Su nico contacto con el mundo exterior es a travs de un ventanuco que hay en la cocina. Desde l, ve girar el mundo, hombres y mujeres que cruzan la calle hablando, nios que juegan al baln con un recipiente de latn, perros que deambulan por las calles buscando algo que llevarse al estmago Para ella, una persona ya adulta que un mal da tuvo la desgracia de ser forzada a bajarse del orbe de su niez, todo lo que le ofrece el ventanuco no son ms que ilusiones, recuerdos de una vida que nunca regresar.

-Rania, no mires por la ventana le insta Said, su padre.

Ella agacha la cabeza, sumisa, y se interna en el pasillo, camino de la oscuridad de su habitacin, donde en sueos, surca el cielo sobre nubes de colores y sonre de felicidad.



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LOS RENGLONES TORCIDOS


(EL PESO DE LO LIVIANO)







Fue en 1959, mismo ao de mi nacimiento, cuando la Asamblea de Naciones Unidas acordaba la Declaracin de los Derechos del Nio. Treinta aos despus, en 1989, en uno de mis primeros trabajos periodsticos, la Asamblea General de la ONU, despus de 10 aos de consultas y negociaciones, aprobaba el texto de la Convencin sobre los Derechos del Nio dndole forma legal a travs de una especie de declogo, en esta ocasin vinculante, para todos aquellos estados que ratificaran su contenido.

Pero el tiempo pasa. Estamos en 2009 y yo, nuevamente en tareas profesionales, escuchaba con la misma atencin que lo hiciera aos atrs. Presuma que aquellas palabras, llenas de conviccin, solidaridad y buenas intenciones, ni podan ni deban caer en el vaco; necesitaba que fueran ciertas, tena la obligacin de creer en ellas sin que la menor duda me asaltara. Lo demandaba mi corazn. Sin embargo, deseo y realidad, intencin y resultado, an llevando caminos paralelos, iban por separado. Eso deca mi mente al evocar recuerdos y situaciones vividas. A pesar de ello, el discurso del orador, impoluto en las formas, adoleca de rigor y compromiso en el fondo. No era la utilizacin de determinadas palabras o frases, ms o menos rimbombantes, las culpables de tal situacin, a fin de cuentas, no era precisamente la iniquidad abyecta del ser humano la que propiciaba esos desrdenes sociales y esas injusticias?

Acuda al estrado un alto comisionado para tomar la palabra. Fue entonces cuando mis recuerdos se arremolinaron en mi mente, imprudentes; en el interior de aquella habitacin infesta se encontraba una mujer de 25 aos, deteriorada por la vida y el vicio, madre de 4 hijos pequeos a los que no prestaba, ni atencin ni cuidado. Sobre ella, un hombre nauseabundo y depravado, que apurando una botella de mezcal, la sodomizaba sin contemplaciones. Gritos de dolor y palabras soeces salan de sus gargantas. De pronto, una nia, de no ms de 13 aos, entr a la habitacin llorando desconsoladamente. El hombre descabalg de su montura humana y le propin un puetazo a la nia destrozndole nariz y boca y dejndola casi inconsciente. Se fue para ella, y dirigiendo su miembro sucio y pestilente, la posey con violencia. El grito fue acallado por la enorme mano que el agresor puso sobre su cara. Ella se desangraba. La embisti con fuerza, con saa, y cualquier atisbo de msculo existente en la preciada intimidad de la nia sera terrible y dolorosamente destrozado. Cuando el hombre satisfizo sus infames deseos, sac su miembro de ella y se limpi con el vestido sucio y raido de la nia. Apart su mano del rostro y comprob que la nia ni respiraba ni se mova. Haba muerto asfixiada; ahogada con su propia sangre. Se abroch los pantalones con total indiferencia. Ech un vistazo a su gesta personal y sonri. La mujer yaca sobre la cama, desnuda, inerte, enajenada, con la miraba extraviada solo haca trenzas con los jirones de pelo que le quedaban. El hombre, antes de salir, bebi el ltimo trago de mezcal, escupi el gusano rojo y estamp la botella contra la pared. Sali apresurado hacia la comisara del centro mientras se colocaba su placa en el pecho; l sera el encargado de investigar aquel caso

Cuando aquel torbellino de emociones abandon mi cabeza, el alto comisionado haba finalizado su intervencin. Le tocaba cerrar el acto al Presidente de la Comisin, que a su vez, era uno de los lderes polticos ms importantes del momento. Con parsimonia, sin descomponer el gesto, aquel hombre, vestido con elegante traje color gris marengo y camisa azul cielo, ascenda a una pequea escalinata. Hizo un pequeo esbozo de su intervencin, pero cuando empez a desarrollar su discurso, mi mente volvi a inquietarme; nios deambulando de un lado para otro. Sin rumbo, sin destino, sin futuro. Me acerqu hacia un nutrido grupo de ellos que rebuscaban en una especie de estercolero. Ola a podredumbre, ola a muerte. All conoc a Noelia, una nia de ojitos redondos y llenos de vida. Tena 12 aitos. Yo trataba de no perderla de vista con mi cmara. Ella se levant y se dirigi hacia un lugar menos concurrido. Conoca perfectamente aquel lugar desolado por la extrema pobreza, pero lo que vi, me dej sin habla. Noelia, en cuclillas, coma, con voracidad, el contenido de una bolsa de basura. Miles de moscas trataban de impedrselo, pero ella, impvida e impasible, segua comiendo. Me acerqu y pude comprobar que una especie de guiso, con carne corrompida, y ya con gusanos, formaba parte de aquel delicioso manjar. Me apart tratando de que el vmito no complicara an ms su difcil situacin. Ella coma y defecaba a la vez. Me arm de valor, cog a Noelia del brazo, y la saqu de all. La llev al coche, la desnud, vert sobre su cuerpo la poca agua que me quedaba y la vest con una de mis camisas. Nunca olvidar aquella miraba de agradecimiento. Nunca olvidar aquel abrazo. Nunca. Nunca. Eran las 2 de la tarde. La mont en el coche, y despus de recorrer unos 50 kilmetros, encontr un lugar dnde alojarme. Compr ropas adecuadas, se duch y comi abundantemente. Pareca otra nia, la vida, aunque solo fuera durante un par de horas, haba vuelto a su cuerpo. La desped con un beso y un paquete de chicles. Ola bien. Semanas despus, su recuerdo, me hizo volver al lugar. Pero nunca ms volv a verla. Me dirig hacia un anciano, un hombre mudo que recuper la voz cuando lo acomet con alguna que otra ddiva. Me cont que el aspecto de la nia, despus de aquel da, llam poderosamente la atencin y fue seleccionada. Seleccionada? Para qu? Seleccionada por la Organizacin. La Organizacin? S. Nunca pasan por este lugar debido a la pobreza existente, no obstante, seguramente los padres de Noelia, despus del buen aspecto con que regres aquel da, consiguieran que la Organizacin se fijase en ella. A las nias se las llevan a un lugar que nadie desea conocer. En primer lugar, pasan por el negocio de la prostitucin. Despus, si alguna de ellas resultara preada, esperan el tiempo necesario, y cuando sus bebs nacen y estn sanos, son vendidos al mejor postor. Las nias que pasados unos meses no consiguen procrear, corren peor suerte, ellas van destinadas al mercado negro de rganos. Lo nico seguro es que ninguna de ellas vuelve. Y sus padres? Sus padres? Nada, Ellos ya recibieron un buen puado de billetes por mantener la boca cerrada. As es la vida por aqu. Las nias son mercado libre, moneda de cambio, la nica posibilidad de subsistencia. Pero hay pocas. Nacen ms nios que nias. Los nios mueren de hambre y las nias ni se sabe. Apesadumbrado, y con mala conciencia por lo acaecido con Noelia, me march de all. Mientras conduca, entre un llanto amargo, me acord de mi hija, ella haba tenido mucha suerte

Tuve que cabecear en ms de una ocasin para sacarme aquellos recuerdos de encima. El Presidente terminaba su discurso. Sin descomponer el gesto, pero poniendo un nfasis especial, deca: El nio, los derechos del nio, no deberan necesitar de declogos ni de convenciones ni de leyes que le amparen o protejan. La paz, dignidad, tolerancia, libertad, igualdad, solidaridad son el espritu bsico de unos nobles ideales, pero en muchos casos, en demasiados casos, ese mismo espritu ha sido pisoteado y masacrado por el mal hacer del ser humano. Luchemos por ellos, nuestro futuro, el da de maana, estar en sus manos Todos se pusieron de pie, y durante ms de 10 minutos, sus aplausos sonaron insistentes. Yo, un descredo por obligacin, me acord de un clebre informe de Save the Children y me hice una pregunta: 10 minutos; 600 segundos, Es posible que durante ese aplauso hubieran muerto de hambre o inasistencia 200 nios en el mundo?



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CARNITA DE POLLO


(MAPARO)





I


Tena que preparar la comida, as que la mujer se llev a Daniel, su nio de 4 aos al mercado, para adquirir lo necesario. Se detuvieron en un puesto de pollo; una vieja canosa y despeinada, con un mandil blanco lleno de sangre y mugre, cortaba hbilmente con una grandes tijeras, diversas piezas de pollo.


- Qu va a llevar, gerita?- pregunt la vieja.


-Qu precio tiene el kilo de pechuga?


Mientras la mujer dialogaba con la dependienta, indagando sobre los precios y estado del pollo, sin fijarse apenas, la madre solt al nio, el cual, en cuanto se vio libre, dio unos pasos, liberado del yugo materno.


-Ven, no te vayas Dani; permanece aqu, junto de m.


El chico se detuvo y sigui pululando alrededor de la madre. Todo era nuevo para l, todo le llamaba poderosamente la atencin. La madre segua charlando con la dependienta sin hacer demasiado caso de su presencia; as que l se anim y dio algunos pasos ms, alejndose.


Cuando la mujer busc al chico, ya no lo encontr. Grit como loca, buscndolo. Corri por pasillos y puestos, entre gente y verduras, para preguntar por l. Nadie le supo dar razn. Y aunque al cabo de media hora, la mujer tena la nariz enrojecida y el rostro baado en lgrimas, el chiquillo, no apareci por ningn lado.



II



Cuando el hombre vio al nio slo y embelesado contemplando algunos juguetes, trat de cerciorarse de dnde se encontraba la madre. No la vio. As que con una paleta de dulce entre sus dedos, se le la ofreci al nio, que inocente y confiado, la acept de inmediato. Lo tom despacio de la mano para infundirle confianza.


-Te voy a llevar con tu mam-, le dijo.


Lo condujo con rapidez hasta su auto; lo subi casi de un empujn, sin apenas dar tiempo a que el nio comenzara a llorar. Cuando Dani grit pidiendo a su mami, el hombre ya manejaba a gran velocidad para llegar a su escondrijo.


III


- Bueno?, s!, ya tengo la mercanca que necesitas: 3 nios, de menos de 5 aos. Claro, perfectamente sanos!...cundo quieres que te los lleve?maana?...Ok; pero recuerda el precio acordado. Diez mil del guila, cada uno. No, no acepto menos. Eres un chilln!, vas a ganar muy buena lana con ellos y te duele gastar una pachocha extra. Te los llevo a la clnica, por la noche como siempre. Qu...? Esta bien, voy a llevar el camin frigorfico; pero eso implica diez mil morlacos ms. rale, te veo en la noche!


Colg. Pobres escuincles, su suerte ya estaba echada; no senta dolor ni compasin. l, en cuestiones de negocios no se tentaba el corazn, era muy profesional.


IV



- Ah tienes a estos 3 demonios; ya no los soporto! Berrean como no te imaginas y a uno de ellos tuve que zurrarlo para que se callara un rato. Venga mi lana, que no quiero perder tiempo, ni permanecer demasiado en tu clnica maldita.


-Aqu est tu dinero, inmunda rata. Y estos son los diez mil extras, para que te lleves los despojos de los anteriores. Cada vez me cobras ms cara la mercanca.


-No te quejes, que s perfectamente lo bien que te pagan los rganos de los mocosos. Tu ganas, yo gano y todos en paz.


-Lrgate de una buena vez!, que necesito trabajar con los recin llegados. Tengo pedido especial de riones y no puedo perder un minuto ms.



V



El hombre manejaba tan confiado, que no se percat del exceso de velocidad al que viajaba; cuando la patrulla de trnsito lo voce por el altavoz, ordenndole que se detuviera, ya era demasiado tarde para intentar algo. Descendi mustio, tratando de aparentar una tranquilidad que no senta.


-Qu llevas ah?- rugi el agente.


-Pollos. Son para la venta de maana.


-Tienes permiso, para transportarlos?


- Aqu estn mis documentos.


El agente de trnsito se le qued mirando a los ojos. Quin sabe que reflejo insondable descubrira en el interior de aquella mirada!; porque tras de algunos instantes, orden:


-Abre las puertas de atrs para ver la carga.


Con pies de plomo, como si trajera una losa atada a la espalda, el hombre quit el candado y abri lentamente las puertas del frigorfico. Sinti una oleada de terror, cuando el hedor de los cuerpos destrozados de los 23 nios que llevaba en su interior, lleg hasta su nariz y un bracito de mano pequeita, se asom tmidamente.


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LOS NIOS DE LA BASURA.


(ENLABASILICA)





El sol apenas haba empezado a asomar por la montaa de escombros que los nios repasaran. Haca apenas unos minutos haba llegado un camin-contenedor de la ciudad y haba vertido en aquel montculo cientos de kilos de su carga. Hoy, seguro, habra algo que comer.

Haca fresco a esas horas, mucho, y las radas camisas que llevaban no lograban calentar sus cuerpos tumefactos. Pero era mejor as, el calor de das atrs haba provocado una proliferacin de ratas y, en un par de semanas, haban muerto, a consecuencias de infecciones, Lian, Dewei y Yuga. Ya no quedaban muchos ms nios, apenas una docena, en el poblado. Pero vendran ms, siempre lo hacan, cuando los fros empezaran a apretar. El otoo no haba hecho ms que desperezarse, pero anunciaba un invierno duro. Vendran ms nios, muchos ms, cuando la ciudad no acogiera mercados y el nico refugio se encontrara en el arrabal, al amparo del calor ptrido de las muchas hogueras que, por doquier, pedan el beneficio del fuego depurador para acallar y consumir miserias.

La pequea Xia fue la primera en llegar. Sus piernecitas de seis aos solan ser las ms giles del grupo. No en vano, Xia era la ms activa y la ms dispuesta, siempre. Una alegra contagiosa viva en su cuerpecito escaso. No haba conocido otra vida, su madre la pari entre ratas y escombros y entre ratas y escombros aprendi a sobrevivir con una sonrisa en los labios. Aunque su vida no ofreciera muchos motivos para el gesto, sin embargo, ninguna sombra mitigaba la luz de su sonrisa. Era un ngel en la iniquidad de un infierno.

Un viejo silln rado, pero milagrosamente entero, le ofreci la pequea felicidad del da y motivo ms que suficiente para el juego. Haba comido un poco aquella maana, y eso la haca estar especialmente feliz y satisfecha. El da anterior su hermanastro se haba acercado a la ciudad y, aunque con el resultado de dos dientes rotos, un sinfn de hematomas y un desgarro en la musculatura de su brazo, se haba podido agenciar con una buena cantidad de arroz y de fruta que haba robado a uno de los ltimos mercaderes ambulantes que an permaneca en la metrpoli. Con la tripa llena, las cosas tenan otro color y aquella maana, adems, le prestaba un regalo sorprendente.

Mientras, algunos nios que haban llegado tras ella, disfrutaban de un pequeo festn entre los vertidos. No siempre era fcil encontrar comida fresca y aquel da la suerte les depar un manjar de tallarines cocinados recientemente. As que tomaran fuerzas, comenzara para ellos un da ms, buceando las basuras en busca de algo que poder vender luego.

Chew los observaba. Siempre lo haca desde la distancia. Nunca se sinti a gusto con ellos, es ms, los odiaba. En realidad, Chew odiaba a todo el mundo. Como una rata ms, atento slo a su necesidad y rindiendo homenaje a una soledad siempre pretendida, se deslizaba entre los vertidos en silencio, apenas una sombra entre las sombras.

Aquel da, Chew segua los movimientos de Xia, tal vez con envidia. As, fue el nico que se percat enseguida del descubrimiento que la nia haba hecho.

Entre los pliegues de la piel del silln en el que jugaba, un resplandor llam la atencin de la pequea. Dos delicados zarcillos brillaban robndole la luz al sol. La nia no dud en prenderlos en sus orejas, entusiasmada. Se senta nica y bella.

Chew era ajeno a la alegra de la chiquilla, sin embargo no apartaba la mirada de aquellos soles, ni de la piedra que luca en medio de los pendientes, una piedra que acumulaba todo el fuego de las entraas de la tierra y que besaba el oro que la circundaba. Y supuso que aquello tena valor, mucho valor. Un deseo superior a todos lo que hubiera tenido hasta entonces se apoder de l. Tena que conseguir aquella joya como fuera. Le garantizara muchos das de calma a su dolorido estmago.

Xia bailaba y rea a carcajadas, distradamente, abrazada a algn sueo, y no vi como Chew se acercaba lentamente a ella. El chico levant una gran piedra y la estall contra la nuca de la pequea acallando su risa al instante. Su cuerpecito menudo se derrumb, herido, sobre un charco de sangre. Chew tom un trozo de cristal del suelo y con toda la frialdad que sus diez aos entre montaas de basuras haba cincelado en su espritu, cort sin miramientos las orejas de la nia. Un grito de jbilo llen su garganta y, sin mirar atrs, se alej lentamente del lugar.



Sosinfancia22 de noviembre de 2009

5 Comentarios

  • Voltereta

    Quiero dar la bienvenida a Tus Textos a estos grandes escritores de la página amiga, Libro de Arena.

    Tengo la esperanza de q

    22/11/09 04:11

  • Voltereta

    Quiero dar la bienvenida a Tus Textos a estos grandes escritores de la página amiga, Libro de Arena.

    Tengo la esperanza de que entre todos los que nos movemos por TT valoremos sus escritos como se merecen, en primer lugar por su calidad como escritores, que es algo que resulta evidente, y en segundo lugar por su compromiso con la infancia, algo que es muy de agradecer.

    Espero de todos vosotros que les deis la respuesta que merecen, para que sepan que TT es una página comprometida con la literatura de calidad y con la infancia.

    Un saludo de antemano, pues se que se puede contar con vosotros.

    22/11/09 04:11

  • Romina

    Los felicito!!!

    Es un gran trabajo. voy a imprimirlo para regalar a amigos
    para que asi se pueda mostrar en sus trabajos y de alguna manera contribuir de alguna manera desde la posicion que estoy con este proyecto. no se como agradecer tanta solidaridad con nuestros niños. los futuros de la vida. su dolor y su llanto tenia que ser escuchada. gracias muchas gracias por la solidaridad. seguro que dios escucha !!!
    Gracias y crucemos dedos para que todo salga bien.

    "La fé mueve montañas" ..... por favor no crucen los brazos. vean , sientan, ayuden, ...

    22/11/09 05:11

  • Sosinfancia

    En nombre de mis compañeros y amigos de libro de arena, te doy las gracias, Voltereta, por el interés mostrado y por tu apuesta rotunda por ellos.

    Espero y deseo que este proyecto sirva para ampliar nuestro horizonte literario (hemos de abrirnos a las dos comunidades y crecer con lo que ambas nos puedan aportar a nivel literario y, sobre todo, a nivel personal, por ofertarnos la posibilidad de conocer a mucha más gente comprometida, en éste y en aquel espacio)

    YO también espero, anhelante, la que sé va a ser respuesta masiva por parte de nuestros compañeros de TusTextos a la hora de colaborar con nosotros y hacer que este proyecto siga adelante, enriqueciéndose con más y más textos de calidad. Porque sé que, detrás de cada nick, además de un escritor, hay personas íntegras y comprometidas.

    Un saludo a todos, uniéndome, con él, al que acaba de dejarnos Voltereta.

    22/11/09 05:11

  • Sosinfancia

    Romina, tus amigos recibirán un muy buen presente.

    La calidad de los doce escritos presentados hasta el momento nos deja claro el alto nivel literario de sus participantes (entre los que modestamente me he incluído) y, sobre todo, su nivel de implicación.

    No nos cruzaremos de manos y haremos, estoy segura, de este reto, una gran proyecto que trascenderá incluso de las dos comunidades literarios implicadas.

    Espero, no tengas duda de ello, con gran entusiasmo, alguna participación que salga de tu curtida mano.

    Para lo que gustes, aquí estoy:

    siesquenomecreonada@gmail.com
    proyectoinfanciasos@hotmail.com

    Un besazo

    ENLABASÍLICA
    (AMELIA)

    22/11/09 05:11

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