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La Represión de la Fisiología Humana

Mariana estaba en carretera con su novio Joaquín, a quien le pertenecía el coche, y se volvía cada vez más incómoda porque había bebido mucha agua para mantenerse hidratada en el calor. En especial se aseguraba siempre de que no se le secara la garganta porque tenía una voz de sirena de la que estaba sumamente orgullosa.

--Tengo que orinar --ella dijo firmemente. Cuando tenía que pedir permiso para eliminar sus desechos siempre anunciaba su situación.

--Lo siento, mi amor, pero no hay dónde --le contestó el varón.

Mariana se puso muy inquieta.

--¡Por favor! Me duele.

--Es que no puedo hacer nada ahora, tienes que esperar.

Los chorros que fluían de los riñones de la mujer siguieron aumentando su sufrimiento. Sabía que cruzarse las piernas era malo para la circulación así que nunca lo hacía. Tampoco se agarró la vulva porque siempre trataba con ternura al órgano que le daba el placer de vivir. Solo se agitó moviendo la cadera para darle fuerza a su voluntad de mantener cerrada la uretra.

Se enfadó porque sabía que era extremadamente amable y cariñosa. Nunca había hecho nada para merecer el intenso dolor que sentía por tener la vejiga tan llena. No pagaba ningún pecado con el daño que le hacía a su milagroso cuerpo tan increiblemente atractivo y lleno de vida.

--Ay, Joaquín, ¡estoy desesperada! Me pueden dar piedras en los riñones o una infección si no lo hago --le imploró a su novio.

Se imaginó agonizando a causa de lo que el varón la obligaba a hacerse a sí misma. Se asustó y se entristeció. Se sentía enjaulada. Tenía planeado enviarle un mensaje instantáneo a Joaquín terminando su relación cuando estuviera de vuelta en casa acariciándose bien rico el clítoris.

--Deja de quejarte, Mariana. Paro cuando haya un lugar donde puedas ir al baño.

Se suponía que la mujer bellísima que se cuidaba por amor propio se iba a reprimir, aunque su cuerpo necesitaba urgentemente que se soltara, porque estaba en el coche de su novio en medio de tráfico. Pero ella se preocupaba mucho por su salud y en ese momento decidió mojar el asiento para no herirse más. Se relajó y en seguida empezó a inundar los calzones que contenían sus divinamente sensibles partes femeninas. El varón miró incrédulo los pantalones de la mujer porque oyó el suspiro de alivio que se le escapó y el sonido de lo mucho que ella había bebido corriendo a gran velocidad.

--¡Animal! --gritó. --¡Deja de hacer eso ahora mismo!

--Lo siento...

--¡Deja de arruinar mi coche!

--No puedo más. Tengo unas ganas... uf, no tienes idea. Perdóname.

Mariana no paró de desahogarse porque el descanso era glorioso. Se le salió el agua a fuerzas y se sintió en éxtasis por estar haciendo la necesidad que se le había vuelto insoportable por tanto aguantarse. Le envolvió los muslos, el trasero y la parte inferior de la espalda un lago caliente que fluía rapidamente de sus pantalones saturados. El asiento en el que ella estaba sentada era permeable así que se quedó empapado hasta muy adentro.

--Maldita sea, mujer. Qué tonto soy por pensar que tenías más de 3 años.

--Me dolía muchísimo. Me estaba haciendo daño --. Se sentía delicioso haberse vaciado pero estaba de lo más indignada por el dolor que acababa de pasar.

--¿Te hace daño controlar la vejiga como una persona normal?

--Claro, a todos porque orinar es una necesidad. Lo saludable es hacerlo en cuanto el cuerpo lo pide.

--Podías esperar a que llegaras al baño. Tu porquería va a apestar cada vez más. Hasta los perros saben controlarse.

--Joaquín, ¿perdóname, sí? Piensa en mi salud y en lo mal que lo paso si tengo prohibido hacer mis necesidades. ¿No te importo nada?

--¿A ti no te importa que yo tenga que trabajar muy duro para que me alcance para lo que tengo? Piensa en lo que he sacrificado para comprar este coche. Te vas a bajar cuando lleguemos a una salida.

--Vale.

La mujer le dio gracias a Dios porque llevaba dinero para el autobús.
Soymimensaje08 de abril de 2016

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