Ellas saben que dos minutos son ciento veinte segundos y son una vida, que son un sueño, que son una familia; que son recuerdos de lo lindo y de lo feo, de lo duro y de lo duro. Ellas saben que el tiempo es caprichoso, que diez segundos son eternos y son un instante, que la misma cuenta te libera y te condena.
Ellas que saben eso de perder hasta el banquito cuando suena la campana, y que el gentío se hace mudo cuando la lona te habla al oído.
Ellas que saben que ser lindas por adentro es dejar lo otro para afuera, y que se defiende lo de adentro aunque sufra lo de afuera.
Ellas que saben que el sexo débil pertenece a quien lo cree, ellas que se miran a los ojos y se hablan con los puños.
Ellas que pelean por cada gramo, por cada segundo de cada día, ellas que ganan cuando suben y lo festejan con los brazos bien en alto.
Saben que entre cuatro paredes altas como el orgullo se dirimen cuestiones públicas con el arrojo de lo privado. Ganchos y cruzados que infringen daños reparables, son metáforas del momento y golpes que se devuelven casi, casi por las dudas. Que sea otra la que ponga la mejilla, ella a cambio deja todo, porque aunque pierda el sueño no se entrega.
Ellas saben que los golpes más duros los da la vida en su disfraz de boxeadora, y que con los golpes se aprende pero también se vive.

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