Y ya no podía más, le pesaban los pies, le costaba respirar, lloraba cada día y ni en sueños lograba descansar.
No conseguía andar diez pasos sin tenerse que sentar, encima su marido le decía que del año no pasará. Solo quería dejarse llevar y lograr descansar en paz. Que el mal que la acecha cada minuto, cada segundo de su existencia, se fuese y no volviese nunca más. Pero siempre supo la verdad, sabía que eso no era atenerse a la realidad y que no podría salir del pozo oscuro en el que había ido a parar sin saber como, ni cuando, ni porque.
Y es por eso que sin pensarlo dos veces, mientras hacía la cena, ese cuchillo dejó de pelar patatas
Y no gritó, no dijo nada, se sentó en una silla y ni siquiera sintió el dolor.
Es por eso que hora y media después, cuando su marido iba a quejarse de porque no estaba la cena servida en la mesa, la encontró sentada en la silla, con la muñeca sangrando y una leve sonrisa adornando su rostro, el dolor que la desgarraba por dentro ya no estaba.