Una diosa, eso es lo que veo en ella. Con sus pómulos definidos en la sonrisa, su nariz de beso y la mirada eterna con la que habla, enamora y despista. Tiene ojos de estrella. La diosa de la noche más absoluta en su cabello y piel de luna.

Por dentro es todo fuego, hasta las últimas consecuencias. Una ilusión dorada la acompaña cuando sonríe, incluso aunque lo evite. Es pasión e intensidad, huellas firmes cada vez que camina. Todo tiembla a su alrededor, por ella, aunque no le gusta darse cuenta. No entiende por qué es un sol, solo le gusta casi siempre -otras veces, cuando no lo controla, se odia por ello y quisiera apagarse, pero sabe que no puede-.

Es una diosa porque ha aprendido a dominar la soledad y ya nadie puede dejarla tirada. No pueden pararla desde fuera y dentro es una fuerza inagotable, fuente de su propia energía que solo necesita poner sus ideas en orden de vez en cuando para renovarse. Ella es infinita.


Todo esto es lo que veo en ella en ese espejo. Una diosa que se aprecia, se respeta y se ama.

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