Chapoteaban en los charcos del poblado
al acercarse con andares presurosos
sus lindos pies desnudos y garbosos
buscando el son de la guitarra de su bato.
Sus caderas mareaban a las rosas
que se rendían humildes a sus pies
de muñeca frágil que trata de romper
en mil pedazos el cuerpo que la adorna.
Sus bulerìas secaban llanto al río
y sus espumas le daban el compás
que en la cancela por una noche más
saboreaban los viejos y los niños.
Pasaba el tiempo y creció la manclayí
enamorando con sus curvas imposibles
a los varones de todos los abriles
y a las muchachas de labios sin carmín.
Pero la niña se quiso enamorar
como una loca de aquel crápula payo
que arrasaba en la ciudad igual que un rayo
y la obsequio con un final fatal.
Lloraron sangre esos acais de miel,
nada ni nadie podía consolarla
no hubo manera de devolverle el habla
cuando añoraba los besos del infiel.
Rota su vida no pudo retoñar,
no hubo mas son ni quejío en sus pulmones,
yermo su vientre y muertas las pasiones
de aquella alhaja nunca se supo más.