Corre raudo el blanco pájaro de ausentes alas
arrastrando su panza preñada a ras de suelo,
huyendo de la Madre,
la que le dio la vida y el desconsuelo,
en busca de la Amante,
dueña de la pasión y del desapego.
Deposita sus huevos al calor de ese seno
en el ardiente nido de cemento,
por sus retorcidas venas
repletas de trampas y recovecos
pierden el norte y olvidan penas
dos azarados polluelos.
Compases de piel oliva en los latidos,
aromas en la sangre de ajo y vinagre
reclaman las almas a recién llegados
que dejan embriagarse a sus sentidos,
sobrevolando piedras,
coleccionando cupidos,
anhelando sombras por las aceras.
Un breve disfrute de la hembra moruna
de melodías y vísceras encaladas,
de infantiles risas y manos sudadas,
de historias del presente con final abierto,
para encarar dóciles el triste regreso
a la cruda realidad,
al maternal y ruidoso puerto.