Cuando tu vida cambia de un día para otro y la vida da la vuelta, nace un tiempo para comprender. Un tiempo en el que abres los ojos y te das cuenta de quien tienes a tu lado en tu día a día y quien no. En ese tiempo te das cuenta de qué amigos son amigos y quienes han dejado ya de serlo. Amigos que no preguntan por cómo estás, o como te ha ido la vida desde que nos vimos por última vez: a veces simplemente sabes de ellos cuando necesitan algo y después vuelta a la rutina. No basta un "recuerdas cuando ..." Pero, tampoco un "te veo 5 minutos que tengo que". Y es que muchos de ellos están ya tan atrapados en sus propias vidas que comienzan a dejar que amistades de oro, de las de verdad, esas amistades con las que has crecido, reído y llorado, has pasado tus mejores fiestas y tus peores pesadillas, se desvanezcan por el paso del tiempo. Ya no es momento de lamentarse, ni de reprocharles el no tener tiempo para ti y el esfuerzo de una mínima preocupación, nada de eso. Un mes y 19 días después he podido comprender que nadie es imprescindible, que quien va a su antojo sin mirar atrás ya no va a recordarte, y que el tiempo no está para decir "estoy aquí" o "nos estamos perdiendo, amigo mío". Hoy sigue siendo ese tiempo: he perdido, pero también he ganado, y además he comprendido que para muchas personas significa perder a sus amigos cuando están muriendo o mueren, pero creedme, eso no es así.
