Nuestra puerta está entornada:
toma ya una decisión.
Ábrela,
búscanos,
aniquila la distancia.
No necesitas satélite, GPS o TV Guía,
ni siquiera preguntarle por nosotros
a un testigo de vanguardia
o a la ballena asesina.
No estaremos en la sala,
dándole comida al perro,
visitando el lavadero, el ventanal, la cocina,
ni buscando en la alacena
con qué hacer la última línea.
Nos hallarás donde quieres, donde piensas,
la habitación jubilosa,
el más íntimo recinto de la casa compartida.
Ella
con la luz de su cuerpo que le queda a la medida
con sus versos algebraicos,
paréntesis reglamentarios
y jaulas aborrecidas,
y yo
todo excitado transpirándole poesía,
jadeándole metáforas y topos,
penetrándole en la linfa mi lírica desprotegida.
Acuéstate con nosotros, serás siempre bienvenida,
beberás los poemas que brotan de nuestra piel,
se humedecerán tus labios con la musa
que al amarnos nos visita.
Tráenos los tuyos, tu retórica intranquila,
haz con ellos madriguera,
una alfombra voladora o cantimplora vacía
y deja que la llenemos, deleitemos
o angustiemos con sus pétalos dormidos,
su verdad inexpugnable
o su nada florecida.
Y si decides quedarte,
agregar a nuestra voz esa cadencia,
incorporarte de lleno a nuestra sensual perspectiva,
nuestros abrazos de amantes te acunarán sin medida.
O si resuelves marcharte
y cargar en tu mochila
nuestros íntimos secretos,
obituarios,
fetiches y mandolinas,
quedará nuestro recuerdo
como célula remota y escondida.
Pero si cierras nuestra puerta,
la ignoras o desperdicias,
será, sin lugar a dudas
una renuncia clara, pertinaz,
augusta, definitiva.
A menos que te entretengas
sabiendo de nuestras vidas
por los diarios vespertinos,
chismorreágicos vecinos,
juglares envilecidos
o envidiosos moralistas.

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