Cuando nos conocimos
lo primero que dijiste
fue feliz cumpleaños.
Lo segundo nos fugamos.
¿Qué podía hacer yo a los quince
y cero días?
Encomendarme,
agarrar los cigarrillos,
dejar la novia, familia,
robar los documentos de mi hermano.
No todos los días una mujer de diecisiete
te dice allá está el cosmos
vamos a buscarlo.
En el baño de un tren atiborrado
me besaste en la boca,
me enseñaste de repente qué es la vida
y que al cielo o al infierno
hay que atraparlos.
La última estación antes del mundo
fue tu abuela y llamó a casa.
No recuerdo si me dieron penitencia o la paliza,
pero tu imagen de llanto y no me olvides
se encaramó sin escándalo
a mi lado.
Supe después de algunos años
que te hiciste la novia
del custodio
de un siniestro candidato,
y revisando el armario
encontraste un revólver
y sin más que hacer
te suicidaste,
te accidentaste
o te mataron.
Treinta y cinco años después
como todos mis cumpleaños
visito a tu madre
y tus retratos
aparecen por todos los rincones
y entre ambos
le prendemos una vela a cada uno
y te nombramos.
Precioso amigo Toto, que resumida historia de amor adolescente, el que siempre queda y se siente.
Un abrazo
Antonio