Puse un beso en tu cuello, porque no sabía por dónde empezar..., y no satisfecha, decidí seguir poniendo más besos sobre tu cuerpo. En tu espalada deposité otro beso que asomaba inquieto por mis labios y que se desprendió suavemente para posarse sobre tu pecho y resbalar por tu vientre hasta que lo perdí de vista.
Te dí un beso en la mejilla después de mirarte fíjamente a los ojos, sin apenas parpadear para no perder ni un sólo segundo sin verte, y otro beso juguetón fué a parar a la comisura de tus labios que esperaban con paciencia la suave caricia de mi boca.
Te dí un beso en la frente, para refrescarte en esta tarde calurosa de verano, y algunos besos más se fueron a revolotear alrededor de tu cintura, tejiendo una red de la que no podías escapar. Algunos besos más se acercaron inseguros a tus manos, que los recogieron con sumo cuidado apretando el puño para que no escaparan, aunque uno de ellos, de un salto, fué a parar a uno de tus tobillos, para rodearlo y envolverlo, atándote al lugar en el que te encontrabas, y así anclarte a mi vera para que no te fueras.
Abrí la boca para decirte algo, pero quedé muda al ver salir de mi boca millones de besos que, como mariposas, formaron un mar de besos que te salpicaron de lleno todo el cuerpo, y ahí perdí la cuenta de la cantidad de besos que te entregué, y fracasé por completo en el intento de saber dónde colocar cada uno de estos besos que tenían tanta prisa por alcanzar su destino, que no era otro que todo tu cuerpo.
Cada uno de estos besos desordenados dejó tatuado en tu piel todo mi amor, para que nunca olvides que besarte, mi amor, es la mejor manera de decirte lo mucho que te quiero.
¡Cuidado! El amor teje mundos engañosos, ¡sal de ahí en cuanto puedas!