Aquel silencio gritaba a voces que se le escuchara, que su apagada voz tenía mucho que decir, que soñaba que sus palabras se oyeran alguna vez y no se diluyeran entre las voces de los demás, que no fueran, por favor, camufladas por el ruido.
Quería hacerse oír, pero no lo conseguía. Su voz tenía la maravillosa habilidad de salir de su garganta siempre en el mismo momento en el que otra voz más fuerte se colocaba por encima de ella, dejándola en un segundo plano condenada al olvido, a pasar inadvertida, a no ser escuchada, y perderse para siempre en el mundo de las palabras no dichas, donde van también las palabras no escuchadas, que parece que nunca fueron dichas, porque al no ser escuchadas, nunca adquieren la condición de ser reales.
