Me fundí en medio del vacío para ser uno junto con el dolor.
Las lágrimas salían sin mí permiso junto con las voces dentro de mí cabeza aturdida de tantos pensamientos.
Me sentía ebria de mí propia tristeza, podía sentir como mis músculos no coordinaban con lo que la cabeza les decía, el cerebro desorientado sin saber que hacer , que decir ni sentir.
Cómo en el medio del océano así estaba hoy.
Un océano único, donde la protagonista era yo, donde no había nadie más que yo. El sol era agradable, pero la sal comenzaba a quemarme la cara.
El dolor me recorría el cuerpo y la tristeza me hundia el corazón.
Mí corazón lleno de tierra estaba dando sus últimos pasos.
Mí cabeza sabia que era el momento, que hoy dejaría de latir.
Moría lentamente por no sentir.
Por no sentir amor.
Por no sentir felicidad.
Por no ser amado.
Por la amargura que me tenía encadenada y la tristeza que me llevaba de la mano.
Ya no respondía. La conciencia me pedía a gritos que vuelva, pero no podía volver. No quería volver. Ya no tenía fuerzas. Ya no.
Di los últimos suspiros y espere.
Ya no tenía apuro.
Ya nada tenía sentido.
Ya no había tiempo. Ni espacio.
Solo yo... Y mí corazón roto.
