Nos recordamos en silencio,
calladitos,
sin que los otros sepan,
dejando pasar una vida de rutinas,
toda una vida anhelante,
y nos sufrimos sin alertarlos,
para que sigamos teniendo
este pequeño espacio donde
somos cómplices, tú y yo,
como quinceañeros.
Nos recordamos en silencio,
porque queremos,
porque siempre lo querremos,
porque desde entonces
estamos deteniendo al tiempo
en el oscuro mundo del silencio.
Nos respiramos, ávidos
y así somos nuestras drogas,
porque seguimos recordándonos,
porque recordarnos es otra forma de tenernos.
Y somos cómplices en esta muerte cotidiana,
porque mi lengua te recuerda entristecida,
sedienta,
deseosa te recuerda recorriéndote entera
y encontrando la sal que eras tú.
Mis manos y mis dedos aún tienen la forma
que tu pelo en ellos dejaron cuando se escurrieron.
Y en mi piel te reconozco,
en esta piel en la que ya no estás,
porque eres tú mi sangre y desde entonces
nos faltamos y nos estamos muriendo.
Y nos morimos todos los días
quebrándonos, respirándonos,
recordándonos, llorándonos,
muriéndonos de distancia y tiempo