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100 Guerreros

Apenas tres de los 100 guerreros que habían partido pudieron llegar a aquella torre. La sangre que se había derramado de forma incesante durante el combate contra los captores, ahora invadía el ambiente, haciendo el aire pesado e irrespirable.

Justo enfrente de esa torre, se miraron entre ellos. Ese era el fin de su camino, venían a salvarla y nada impediría ya que llegaran a ella. Sus rostros se tornaron graves. Lo sabían, sabían muy bien que habían cambiado. La sangre derramada, la muerte que se había ejecutado, se estaba pegando a sus armaduras, a sus pieles, y lo que era peor, a sus almas. Todo aquello hacía que su armamento le pesara el doble, y que las heridas les dolieran el triple. Volvieron a mirar a la torre, imponente y desafiante ante ellos. Pero Dios sabe que eso no les pararía. Darían su vida con sumo gusto, como habían hecho anteriormente sus compañeros, por devolverla a casa, o por, tan solo, poder verla de nuevo, sana y salva.

Estaban agotados, extenuados, las espadas se arrastraban, la vida se les iba en cada aliento que soltaban. Un escalón mas, se animaban para poder conseguir llegar hasta el final de aquellas escaleras que se les estaban volviendo interminables por momentos. El final se presentaba ante ellos en la figura de decenas de nobles vestidos de seda de multitud de colores.

Entraron en aquella gran sala bajo la atenta e inquisidora mirada de aquellos perplejos ojos. Eran solo tres guerreros, tres hombres que se arrastraban con sus armaduras abolladas, sus espadas herrumbrosas y su rostro manchado de sangre enfrente de toda la nobleza. Eran tres moribundos camino del infierno, mas nadie de aquella multitud se osaba, ni tan siquiera a hablarles, no hablemos ya de enfrentarse a ellos. Miraron hacia el frente, al fondo de aquel pasillo, al final de la lustrosa alfombra roja se encontraba ella, su reina.

Aceleraron el paso cuanto pudieron para poder arrodillarse lo antes posible antes posible enfrente de ella. Ninguno se atrevió a levantar la vista, pero lo habían conseguido, por lo menos la habían visto de nuevo, y tan bella como siempre.

-¿Qué haceis aquí? - Les requirió la reina con una mal finjida frialdad.
- Venimos a salvaros, nuestra señora- La voz del guerrero sonó firme, decidida, grave a pesar de su estado.

-¿Qué haceis aquí? - volvió a preguntar con una temblorosa voz que parecía que se fuera a romper en mil trozos rotos en la siguiente palabra - Sois hombres libres, guerreros, sois fuertes y valerosos, gozais de la admiración y apoyo de todos. la envidia incluso de los nobles mas ricos. ¿qué haceis aqui?

-Únicamente somos hombres libres porque no tenemos hogar o sitio donde volver, al que permanecer atados. Únicamente somos fuertes, queridos y envidiados porque vivimos para protegerla, para estar a sus servicios, mi señora. Le rogamos, vuelva con nosotros.

-No... - Su voz no podía seguir y la primera de muchas lágrimas se deslizó por su suave y sonrojada piel. - No puedo volver, este es mi sitio - se dijo primero en voz baja, como convenciendose a ella misma - Este es mi sitio - Repitió en un mar de lágrimas.

Los caballeros seguían con la cabeza baja, sin atreverse a mirar a la reina, por lo que los nobles solo podían observar, maravillados y sorprendidos, el caer hacia el suelo de las lagrimas que aquellos hombres vertían.

- Lo sentimos enormemente, esperamos que pueda perdonaros por esta afrenta que le hemos realizado. La culpa fue nuestra.- La voz seguía grave, pero ahora parecía muerta.

El temblor de la reina era evidente y las lagrimas seguían ocupando su cara, en un desliz continuo. Los guerreros se levantaron y se volvieron por el camino por el que habían venido, arrastrando los pies, la espada, el corazón. La reina hizo un ademán de intentar alcanzarlos con la mano, de acariciarlos por última vez. Pero no debía, no podría, nunca más podría. Sus fuerzas no le sujetaron mas y cayó al suelo de rodillas, llorando sin consuelo mientras veía como aquellas tres figuras se alejaban hasta desaparecer, momento que aprovecharon los nobles para reanudar sus conversaciones e insertar nuevos cotilleos sobre lo ocurrido, mas con todo el ruido a su alrededor, la reina se encontraba totalmente sola...









- Y esta es la historia, nños. Ahora salid a jugar fuera un rato - Les ordenó el orondo jefe de la taberna.

Justo cuando salían por la puerta del bar, entraba una delgada y oscura figura, con el rostro demacrado y serio que los niños evitaron cuanto pudieron. La figura se acercó a la barra.

- Por favor, ponme una copa - Le dijo al tabernero, el cual se la sirvió inmediatamente - ¿Otra vez has vuelto a contar la misma historia?

- Si, les encanta a todos, sobre todo a los niños. La adoran, es su favorita.

- Sólo es una historia triste - dijo la oscura figura.

Un tenso silencio se creó, solo roto por el ruido del tabernero al limpiar los vasos con su trapo.

- Que nos ha pasado - Contestó de sopetón el gordo tabernero - Los niños juegan a que son como nosotros, ¡a que són como tú, Garnovs! Idolatran la figura del pasado pero la actual la desdeñan, la evitan. - La figura desvió la mirada, mientras el tabernero seguía - Debes superarlo, ya han pasado 30 años. Aunque a veces pienso que es un milagro que tu no...

- ¿Que yo no me ahorcara como Jack?

- Si - respondió resignado.

- No es ningún milagro. Ella todavía está viva - Garnovs sonrió - Mientras todavía podamos salvarla, la vida tendrá sentido...
Verseau29 de abril de 2008

2 Comentarios

  • Munoztigre

    ¿Qué haces que no vas por la vida? A por ella!!!

    29/04/08 03:04

  • Verseau

    Bueno, cada uno tiene su razón o razones para vivir. Que la razón del protagonista sea otra persona no me parece tan triste.

    29/04/08 08:04

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