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Había salido a fumarme un cigarro esa noche, el agua comenzaba a escurrir las banquetas y comenzaba a aumentar el nivel de los charcos formando uno solo, grande y lleno de basurilla de los arboles. Una bocanada dejaba salir un humo espeso y estático frente a mí. No me molestaba tanto el hecho de ser salpicado por pequeñas gotas que rebotaban en la máquina expendedora de dulces y pan dulce. El sonido de la lluvia era lo único que armonizaba perfectamente esa oscuridad en la fábrica.
Quedé hipnotizado por un momento con el golpeteo de las gotas sobre la misma calle inundada. Aderecé mi cigarro con una pequeña marcha de cuatro pasos y de regreso cuatro más. En mi tercera media vuelta, una figura extraña había sido engendrada por la oscuridad frente a mí.
Una bestia de corpulencia similar a una regordeta estufa permanecía impávida ante mi presencia. A través de su cuerpo cubierto por un pelaje cobrizo podía notar su respiración profunda, larga y pausada. Pero no podía descifrar su cabeza. Solo un bulto donde se suponía que debía estar. De igual manera, cubierta de pelo rojo, solo que este era más largo.
La somnolencia por las horas sin dormir me dieron en lugar de un terror ante lo desconocido, una familiaridad melancólica.
Permanecí inmóvil un par de segundos más, pero la cosa no mostraba intentos por retirarse o acercarse. Cerré los ojos y exhale profundamente, fue entonces cuando un miedo electrizante recorrió mi espalda. La lluvia no arreció, pero en cambio, la temperatura descendió. Un soplido con aroma a carne cruda permeaba mis fosas nasales. Sentí aire húmedo en mi cara y el sonido similar al jadeo de un perro enfermo estremeció mis piernas. Entre una mezcla de quejidos y un largo chillido agudo, pude a duras penas descifrar una palabra...
Viajero17 de noviembre de 2012

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