Como cientos de papeles amontonados en el despacho de un escritor frustrado.
Son las vidas que se amontonan hacia la deriva. Sin rumbo.
Supiros que interrumpen el silencio de cada noche. Y que se va poco a poco apagando la llama que aún les da vida.
Ese tiempo que vale como monedas sueltas en el bolsillo de un pantalón viejo.
Ese tiempo que corre en contra. Y no es que el tiempo lo pueda curar todo, pero hay veces que puede ayudar. Cuando es lo único por lo que puedes apostar.
Cruces que cargan sobre sus espaldas.
Se dejaron cegar por la luz brillante. No es oro todo lo que reluce. Pero es tan dificil andar por este mundo, un pie en el lado equivocado y en un abrir y cerrar de ojos caes en un abismo de donde no es siempre fácil salir.
No se dan cuentan que se van quitando la libertad que ganaron cuando empezaron su vida, que la dejan marchar entre polvo y polvo, calada a calada, con el veneno recorriendo sus venas.
Cuántos desearían tener una moneda para pedir un último deseo, que no hay mayor castigo que vivir encadenado, sitiendo cada vez más fuerte las cadenas que aprietan una vida, reteniéndola, sin libertad