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A la Sombra Del Diablo

“No temáis ni aflijáis, pues por eso he bajado de los cielos. Como rayo he descendido para protegerlos del fuego destructor del creador. Consuelo bajo mis alas hallarás. Y a la sombra del diablo morarás”

Hace muchas lunas de invierno aconteció una historia que solo recuerda el viento y la niebla. El cielo estaba en matices grises, cientos de gotas de agua se precipitaban mojando el expresionista ventanal de la habitación de Lydia. Ella contemplaba absorta la tormenta. Como siempre sola en su lóbrega habitación, sumida en las tinieblas. En el aire podía respirarse el sofocante aroma de la melancolía mezclada con la tristeza. Su tierno rostro de porcelana era brevemente iluminado por los relámpagos. Solo llevaba 6 años en este mundo, pero eran los suficientes para querer escapar de él. Sus padres habían muerto cuando tenía 3 años. La corte le había cedido la custodia a su tía, una mujer dura e insensible. Su nombre era Patricia. Se regocijaba maltratando con castigos crueles e injustificados a Lydia. Había corrompido su inocencia infantil, memorias de ello eran las cicatrices que poseía la niña. Regularmente Lydia lloraba a la luz de la luna hasta quedarse dormida. Sin embargo aquella noche en la que el cielo lloraba, igual que su alma, decidió que no quería estar sola nunca más. Estaba cansada de rezar al cielo por auxilio sin obtener respuesta. Así que tomó entre sus manos un libro delgado de pastas gastadas color vino. Lo colocó en el suelo abriéndolo al mismo tiempo. Leyó con detenimiento las instrucciones que seguiría al pie de la letra.
Tal como decía el libro, trazó en el suelo de madera un círculo con tiza. Posteriormente dibujó dentro del anterior una estrella de 5 puntas. Después procedió a dibujar los extraños símbolos que explicaba el libro. 5 símbolos, uno en cada una de las puntas de la estrella invertida. Hecho eso tomó un cuchillo, hizo un corte en la palma de su mano izquierda. Derramó la sangre en el centro de la estrella recitando las siguientes palabras –He aquí invoco al ángel caído del cielo- Los truenos aumentaron en estruendo mientras la niña continuaba –Clamo al nombre de Mefistófeles para despertarlo de su letargo, he aquí hago mi petición: Ayuda, protección y compañía eterna, aún después de que parta a las llamas del infierno a cumplir mi sentencia- Un relámpago partió en trozos el ventanal haciendo entrar un aire helado. El viento corrió con fuerza por toda la habitación, los cabellos de Lydia volaban por el aire. La brisa de las lágrimas del cielo entró por el ventanal roto.
Entonces sucedió, de la sangre comenzó a surgir fuego, las llamas crecieron ascendiendo al techo, para después mostrar al ser invocado. El cual había tomado la forma de un hermoso gato gris. La pequeña miró al demonio con alegría, este la miró a los ojos para leer sus deseos. En un instante los leyó todos y procedió a cumplirlos. El felino bajó las escaleras, Lydia se sentó frente a un espejo a peinarse. De pronto se escuchó un estridente grito salido de la garganta de Patricia. Mefistófeles se posesionó del cuerpo de la infeliz mujer haciéndola golpearse a sí misma. Proyectó su cabeza repetidamente contra la pared rompiéndose el tabique nasal. Salió volando hasta estrellarse con un librero, para que después este le cayera encima. No obstante, de entre los escombros de madera y libros, salió una mano retorcida producto de fracturas. Patricia se levantó con huesos rotos, y un dolor inenarrablemente insoportable. La desdichada mujer lloraba. Así como lo había hecho Lydia durante años. Patricia, guiada por el demonio, caminó tambaleante hasta la cocina. Lo primero que encontró fue un tenedor, así que lo tomó, con este desagarró sádicamente su garganta. Las vengativas carcajadas del demonio resonaban en toda la casa. Lydia sonrió satisfactoriamente. Patricia quería gritar desesperada pero, su garganta destrozada no se lo permitía. La sangre se derramaba por todo el suelo. Patricia continuó con un cuchillo, perforó con el su estómago, una y otra vez. La mujer deseaba con cada fibra de su ser morir, pero el demonio se encargaría de hacer lo más prolongado posible el sufrimiento, la agonía.
Mefistófeles la hizo correr hasta un espejo, ella miró su rostro con horror. Parecía una masa de carne amorfa sanguinolenta. De pronto su cuerpo fue presa de una sensación mórbida acompañada de nauseas. Algo se habría paso por su cuello hasta su boca. De la anterior salió una mano monstruosa. Las garras de esta la habían cortado por todo su interior. Patricia se contorsionaba hacia atrás con un brazo saliéndole de la boca, sangre comenzó a desbordarse de sus labios. La mano no dudó en arañarle la cara, extirpando sus globos oculares con las garras. Hasta que finalmente, el tener un brazo saliendo de su boca le provocó asfixia, haciendo que Patricia cayera sin fuerzas al suelo mientras sus intestinos salían por su vientre.
El hermoso gato subió las escaleras, en cuanto vio a Lydia se dirigió a ella, tallándose cariñosamente contra sus tobillos, al tiempo que emitía un tierno ronroneo. Lydia terminó de hacer su maleta para acariciarlo. –Eres un grato precioso- le dijo Lydia. La niña se puso un abrigo rojo, tomó su maleta y acompañada de su fiel felino demoniaco, salió de aquella depresiva casa. –Vamos Mefistófeles, tenemos una gran vida por delante- exclamó Lydia. El sol comenzaba a asomarse por las montañas, mientras la tierna niña partía sin rumbo, protegida bajo la sombra del diablo.
Vladstoker10 de mayo de 2016

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