Un murmullo imperceptible
levitando en la brisa del otoño
envuelto en hojarasca
y en aromas de vainilla,
me trae el recuerdo de tus ojos,
verdes esmeraldas refulgentes
en el volcán apasionado del deseo.
El brillo de las luces en el agua
en el encuentro nocturno
entre poetas y el mar oscuro,
con una luna regordeta
oteando desde la inmensidad
de un cielo enmudecido,
en el ardor de la batalla singular.
El tenue siroco mecía levemente
tu cabello pintado de coral
mientras mis manos
curtidas en mil batallas
temblaban como juncos al viento
en el delicado encuentro
de nuestros torpes labios.
Titubeábamos al amor
como tiernos principiantes
yo como guerrero aguerrido
que ha abandonado todo su arrojo
y tú como novicia inexperta
en manos de un Don Juan,
perdido en tu mirada infinita.
Sonaba el murmullo equidistante
de unas olas extraviadas en el tiempo
mientras la vida parecía congelarse
en una escena que los amantes
quisieran vivir para siempre,
el reloj pasaba imperturbable,
en el pulsar de su tic-tac.
Me llevé la mano al pecho,
por primera vez sentí el latir
de un corazón moribundo
mientras tu boca y la mía
construían la más hermosa
de las poesías publicadas
en el libro de la pasión.
Hoy miro al cielo encapotado
mientras resbalan por mi piel
salinas lágrimas de cristal,
que buscan en el horizonte
el rastro de tu remembranza,
en el bucle de una nube gris
abandonada en el reflejo del mar.