A ti, que siempre estuviste ahí, mi ángel de la guarda.
Son muchas las horas que has velado por mi seguridad, a pesar de la distancia que nos separa. Ni un abrazo, ni sonrisas diarias, ni posibilidad de secarme la lágrima que ahora resbala por mi mejilla.
Tampoco es posible que un texto iguale toda la cantidad de gracias que te debo, aun así no le vendrá mal a tu corazón alérgico a las ternuras.
Nunca he creído en los ángeles ni en nada que no fuera el amor. Sin embargo ya va siendo hora de atribuirte unos cuantos milagros, aunque ya te gustaría que eso te convirtiera en la santa que no eres.
Demasiados momentos como para poder olvidarlos si algún día me faltas.
Mi ángel, esa chica perdida en su urbanización buscando estrellas y olvidándose del mundo saboreando amaneceres. Gracias. Gracias por leer mi pequeño corazón durante estos últimos cinco años.
