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El Pertinaz Murmullo que Socava 10 de febrero de 2012
por wim
Mirando cabizbajo el piso de baldosas rojas y verdes, desgastadas luego de décadas de soportar los pasos de los huéspedes, Vásquez caminó por el estrecho pasillo, aguzando el oído, deteniéndose por breves momentos ante cada puerta, esperando escuchar lo que en realidad no deseaba escuchar. En su absurda contradicción, había llegado al hotel luego de rondar durante días como un lobo al acecho, con el corazón contraído por la angustia y la incertidumbre, exponiéndose a ser confundido con un fisgón o un espía, aunque en el fondo eso era en verdad, estaba allí para acechar y espiar. Comprendió el riesgo y decidió alquilar una habitación para poder seguir de cerca los acontecimientos. El disimulo y la actitud aparentemente despreocupada y natural, en el fingimiento del inalterado ritmo de su cotidianidad y comunicación con la mujer, habían dado sus frutos: ella no sospechaba. Él sí. Las largas noches de insomnio acostado a su lado, sufriendo en silencio lo indecible, sintiendo que un fuego interno, un suplicio indescriptible que le desgastaba y fundía las entrañas y el cerebro lo estaban llevando a un punto al cual simultáneamente quería y no quería llegar.

El pasillo se le hacía largo y parecía que la geometría de los dibujos del piso se aberrara, se moviera, mareándolo. El corazón le palpitaba en el pecho con una violencia peligrosa y malsana. Entonces, durante unos breves momentos, deseó no estar allí haciendo el despreciable papel de marido traicionado, humillándose a sí mismo con lo que hacía ahora. Aunque, cuando ahondaba en ello asumía, para convencerse y justificarse, que si la ponía en evidencia, si la descubría, ella sería la avergonzada y la humillada. Mientras se internaba cada vez más en aquel pasillo de la aflicción, pensaba que el amor es inestable e impredecible cuando lo azotan y compiten con él otras pasiones, otros sentimientos igual de fuertes y poderosos.

Buscaba justificaciones y pensaba que incluso los seres más apacibles tienen arrebatos y se dejan llevar por las pasiones, en especial si han acumulado esa presión vaporosa que se concentra en el cuerpo y en el alma hasta que llega un momento en que la mente se desboca como un caballo furioso e indócil; entonces ya no se puede hacer nada, la malsana pasión contenida se desborda y es el agua del embalse que rebasa el dique, inundando la conciencia, sofocando el raciocinio, imponiendo el instinto primitivo que se defiende de las circunstancias adversas, de los elementos que se trastocan. Sentía que en circunstancias como la que vivía no hay orden ni concierto, todo se va al diablo y cuando se cae en cuenta es demasiado tarde, se está poseído por un poder superior que no puede, no debe tratar de comprenderse, porque si se lo intenta uno puede enloquecer. Había ausencia de lógica en ello, no se podía pretender que la hubiera; los valores, la escala de valores que le habían diseñado e impuesto no perdona que uno se descarríe y se salga de la fila, que se desacomode lo ordenado, lo acomodado.

La gracia, lo lógico y feliz estaba en otra parte, muy lejos de allí. Quería decir, se inculca que ésa debería ser la tendencia natural, pero cuando se entra en la dimensión de lo instintivo, cuando uno se desplaza por ese otro lado del terreno que más bien es una ciénaga farragosa, uno no camina, sino que deja llevar por un longo tobogán curvado en el que, mientras se está deslizando al través, es como si no hubiese nada más en el mundo, sólo uno y esa rampa sinuosa, serpenteante y no se ve luz ni colores, no hay sonidos, sólo uno avanzando, escapando de la realidad “normal” donde habitan los demás seres humanos.

Vásquez se detuvo ante una puerta que era como todas las demás y escuchó un jadeo, un leve quejido, un murmullo que traspasaba apenas la madera pero que se le clavó como un dardo encendido y ensañado en el fondo de la mente. Era el sonido del deseo físico complacido, pensó. Un rumor delator que persistía mucho rato después de oído, que carcomía, socavaba la confianza y la autoestima. La ira lo invadió, pero también el desconsuelo que nace de la traición, si bien no podría asegurar que era justo allí donde la mujer estaba saciándose. Escuchó un rumor de pisadas que se acercaban por las escaleras y disimuló, caminando y deteniéndose a ver los horribles cuadros que pendían de las paredes. Una rechoncha empleada de limpieza del hotel lo miró con curiosidad y siguió de largo, acarreando un tobo con agua y trapos. En la mirada de la mujer percibió un atisbo de reproche y desconfianza; no pudo menos que darle la razón. Era inusual que alguien permaneciese a solas en un piso de hotel deambulando por el pasillo; la única explicación que podría venir a la mente de quienes lo mirasen en ese papel sería que era un ladrón o un individuo fuera de sus cabales.

Continuó escudriñando cuando la mujer se perdió de vista en alguna habitación al final del largo corredor. Él sabía que ellos estaban en ese piso, pero no en cuál cuarto con exactitud, así que el tormento era mayor, porque el desconocimiento de ese detalle tan importante lo dejaba en una situación precaria que le impedía hacer el movimiento definitivo, sintiendo que quedaba demasiado expuesto a los recelos de los empleados del hotel. Pensarlo lo molestó sobremanera y lanzó una maldición en voz baja que sin embargo resonó contra las paredes.

Recordó que a lo largo de los meses Delia había iniciado una serie de salidas inusuales de casa y a él se le dificultaba ubicarla cada vez más, aun por el teléfono celular. Actuaba de manera tan tonta para cambiar las rutinas de un modo brusco, sin discreción alguna, lo que desde un principio a él lo tornó suspicaz. Además, ella solía apuntar excusas que más adelante, con el pasar de los días, eran sustituidas por otras o eran modificadas, contradiciéndose de un modo rayano en lo infantil, así que él concluyó en que estaba siendo engañado con un entusiasmo desaforado. Ella incurrió en eso y Vásquez no pensaba hacer una lamentable defensa de su caso apelando a argumentos subjetivos, ni asumiría el rol del macho herido que conmueve a los demás hasta la lástima vergonzosa. No estaba para eso.

Tramar una estrategia para descubrir más detalles de la traición y ponerla en práctica fue algo que ejecutó con prontitud, motivado y acicateado por la curiosidad morbosa, por la desolación interna más absoluta y viciada, pero también por una voz interior que lo atormentaba diciéndole que era un hombre burlado y humillado. Una voz que iba y venía como una onda invisible y maléfica que le quitaba el sueño y la serenidad, le erosionaba el piso endeble sobre el cual caminaba ahora con inseguridad y patetismo desagradable en extremo. El pesar lo acechaba a cada momento, lo distraía de sus obligaciones en el trabajo, lo alejaba de los amigos y con mayor frecuencia se refugiaba en el ensimismamiento. Salía a caminar sin destino, sólo por drenar la desazón, buscando distraerse, pero no conseguía el efecto deseado.

Lo planeó todo traspasado por una angustia irresistible que solía terminar en lagrimones de llanto secreto y silencioso de macho humillado, porque aún amaba a la mujer. En las cada vez más esporádicas noches que transcurrían estériles de sexo, trataba de adormecerse y aislarse de la realidad. Ella, a su lado en la cama que parecía medir millas de ancho, rehuía discreta pero firmemente sus acercamientos, por lo cual él dejó de hacer más intentos para no sentirse frustrado. Se guarecía en la pretensión del desconocimiento de las mudanzas de Delia y nunca tocaba el tema, pero podía descubrir las miradas furtivas plenas de curiosidad que ella le lanzaba cuando creía que él no estaba viéndola. Ya no había salidas al cine o a los centros comerciales o, simplemente, a hacer el amor. El resultado del cambio se asentaba cada vez más, poniendo en entredicho fidelidades, planes, costumbres y deseos. Estaba demasiado involucrado como para aceptar que esta nueva realidad sería su destino final, porque desde que estaba con ella todo giraba en torno a lo que tenían planeado para sus vidas y el futuro era un puerto seguro hacia el cual navegaban, casi sin borrascas… hasta que ella cambió.

En el descaro de su actitud él descubrió, observándola en secreto, que ella ya había sumido su existencia en la ansiedad de los escapes, las mentiras, las excusas, las citas a escondidas, los encuentros furtivos en habitaciones de hoteles recónditos, siempre al borde del desastre, fingiendo ante él la naturalidad quebradiza de los amantes en riesgo. Supo que ese otro, el objeto de su atracción, el amante, al principio, por algún rescoldo de moralidad y respeto hacia él, que había sido su amigo, se resistió ante los avances de Delia. Vásquez averiguó que, incitada por la indiferencia de ese hombre, un día fue a confrontarlo con las armas decisivas que poseía: su belleza desequilibrante, su enorme capacidad de seducción y la voluntad inquebrantable de derrotarlo. Y lo logró.

En la pared uno de los cuadros representaba a dos amantes tendidos en un lecho. Verlo lo traspasó de rabia y desaliento a la vez y el corazón le latió a un ritmo peligrosamente forzado, sintiendo que le faltaba aire. Era una ironía demasiado gráfica, casi una burla ante su actual situación, un ataque del destino justo cuando su fortaleza se desmoronaba. El ambiente era de pronto demasiado opresivo, hostil, una atmósfera espesa, grisácea y una vez más se debatió entre el poderoso impulso de salir corriendo y olvidarlo todo, desaparecer de la vida de ella para siempre, y la terquedad afanosa del ofendido que busca justicia y venganza de modo simultáneo.

El sol poniente irrumpió a través de una ventana de la pared en un rayo amarillento que puso en evidencia el polvillo del aire, motas minúsculas que flotaban en movimiento errático e impredecible. Le pareció que era como la metáfora de un haz de esperanza en medio de un microcosmos turbio y pleno de vicio, traición y burla. Eso lo distrajo brevemente y le hizo olvidar durante segundos el papel de víctima afrentada que se había atribuido a sí mismo. El mundo seguía su curso, los amantes furtivos existían desde que el hombre es hombre y la mujer, mujer, no había mucho que él pudiese hacer, era una historia que se repetía y seguiría repitiendo hasta el fin de los días, sólo que siempre sería difícil, por no decir insoportable, aceptar esa verdad ominosa.

Un nuevo ruido, quizá proveniente de alguna habitación y él se crispó en su inmovilidad. En un segundo, cualquier entrada se abriría y lo encontrarían allí, lamentable fantoche traspasado por la humillación y el dolor caliente y silencioso que nace en el fondo del alma y se dispersa por el cuerpo, trascendiendo todo y reflejándose en el ceño delator del hombre que, impotente, espera en la sombra, aguijoneado por el arrastre del querer saber por más que duela. Experimentaba la fascinación de la presa por el cazador, el animal que va a morir y sin embargo se acerca para determinar el alcance del agresor, como retándolo y midiendo fuerzas, hasta que el desenlace ocurre y la curiosidad estúpida da paso a la violencia y la muerte sangrienta. Porque lo poseía la contradictoria sensación de esa fascinación, casi deseaba que ella fuera eso que presentía, para corroborar que las sospechas estaban justificadas.

Se movió, atento, trasladándose con una lentitud de animal pesado y herido, presintiendo, impulsado por el poder inexplicable y la indagación necesaria para tener certeza. Las paredes eran muros opresivos y odiosos. Alguien gritó un improperio, ese sonido podría provenir de cualquier habitación y tener orígenes diversos, bien por placer, humor o ira. El placer de los que se regodean en amores ocultos tras las puertas y paredes cómplices de hoteles como ése en el cual él estaba arrastrándose en una vorágine masoquista. Los segundos se fueron y se convirtieron en minutos y vio cómo paulatinamente el haz de luz pasó de amarillo a anaranjado y luego a rojo vivo, preludiando el atardecer en un ocaso triste, lento, sanguinolento.

El miedo protegía y disimulaba alguna otra dimensión del dolor que no deseaba siquiera imaginar, acorralando, liviano y pesado a un mismo tiempo como una telaraña tendida a lo largo de su mente, sobre la cual caían trozos de recuerdos enmohecidos por una energía malsana, porque el rencor y la desazón permanente le enturbiaban el razonamiento cabal y lo impulsaban hacia delante, frágil, traspasado por una angustia pegajosa que se avivaba cuando no tenía a la mujer a su lado. En el fondo, si se separaban las formalidades y los fingimientos, sabía que era, a fin de cuentas, culpable de lo mismo que le atribuía a ella. Él también había fallado, había tenido aventuras con otras mujeres y el hecho de que su mujer no estuviese enterada no lo hacía menos culpable. Tenía que reconocer su traición, mas su orgullo, su prejuicio le impedía aceptar que igualmente a él lo podían traicionar.

Avanzar y detenerse ante cada puerta, escudriñar y volverse para corroborar que no era a su vez observado… No estaba sintiéndose bien, un malestar le subía desde las entrañas y le llenaba la mente de pensamientos deprimentes, pero ya estaba allí. La luz del día amainaba con rapidez y la noche comenzaba a poner sus tonos de penumbra antes de que encendieran las luces del pasillo. Entonces escuchó con claridad la voz de Delia. No provenía de la habitación ante la cual se había detenido, sino de otra, dos más allá. Ella reía y hablaba y no cabía duda, era Delia. A la ira se le antepuso la punzada de la pesadumbre. Experimentó el impulso primitivo de salir corriendo y arrojarse desde la azotea del edificio para ponerle punto final a su drama, millones de veces repetido y sufrido por los hombres. Pensó detenerse en el borde del techo del hotel, mirar hacia abajo para llenarse de todo el pánico que un ser humano puede sentir ante la odiosa precariedad del vacío que invita y repele al mismo tiempo. Casi se sintió impelido a ello, pero tuvo la fuerza suficiente para sobreponerse. Tomó aire y suspiró y se humedeció los labios resecos con la lengua. Miró hacia la habitación desde donde había provenido el sonido delator y caminó con pasos indecisos, como si marchara sobre un hielo quebradizo, a un ritmo tan lento que se diría que quería que más allá el tiempo transcurriera más rápido y todo se resolviera de cualquier otra manera que no fuera ésa. Se detuvo ante la puerta de la habitación donde asumía que su mujer lo estaba traicionando.

Sólo entonces recordó el cuchillo que llevaba oculto en el bolsillo interno de la chaqueta, un simple cuchillo de cocina, previamente afilado, objeto del que no deseaba recordar que lo llevaba, como si con ignorarlo dejaría de existir. Asumía tal determinación, contradictoria como muchas en su vida, porque en su esencia él no era así, no querría matar a nadie, quizá sólo estaba allí plantado con un arma blanca en el bolsillo, ofendido, traspasado por sentimientos encontrados en los cuales el amor obstinado por una mujer que ya no lo quería se mezclaba con el más profundo desprecio por ella y su amante y por eso permanecía en ese metro cuadrado, detenido, escuchando y desentrañando el sentido no sólo de las palabras que oía malamente, sino el de aquella farsa en que se había convertido su relación con Delia. Era cuestión de tocar, esperar que abriesen, ya se vería si la abrirían por las buenas o por las malas y lo demás quizás sería más fácil, sólo quedaría empuñar y hundir y los gritos lo inundarían todo, la gente saldría a averiguar qué diablos estaba ocurriendo, llegaría el gerente del hotel, la policía, todo se iría al infierno y seguiría humillado, expuesto a la burla y el único perdedor sería él, Vásquez, el cornudo, el que se degradó siguiendo a los amantes que se mofaban de su dignidad venida a menos.

Trató de relajarse para no actuar dominado por la indignación. Respiró profundo, cerró los ojos y tocó la puerta, que resonó con un eco a lo largo del pasillo ahora apenas iluminado. Una voz de hombre preguntó desde adentro que quién era y qué quería. Lógica hostilidad y molestia del amante interrumpido, pensó. La ira retomó su senda a través de su mente y acarició el filoso cuchillo. Volvió a tocar y esta vez ella habló; él captó la voz de la mujer amada y odiada. Sonaba entre curiosa y enfadada. Murmullos, el permanente y terco sonido que se había imaginado, que le rondaba y le debilitaba los fundamentos de la cordura, minándole la tranquilidad de los días comunes y corrientes a los cuales aspiraba vivir con Delia para siempre, el sonido de ellos discutiendo si abrirían o dejarían que quien quiera que fuese siguiera de largo y los dejase en paz. Pero Vásquez volvió a tocar por tercera vez y empuñó con más fuerza.

No quería ultimar, pero no sabía qué ocurriría, tenía la certeza de que no podría apartar su mano del arma, a la cual comenzaba a transmitirle el calor proveniente de la furia que lo cegaba. Casi no pudo ver el rostro de quien le abría la puerta en ese instante, sólo se impulsó, avanzó con un empuje grotesco y lleno de una violencia interna que se trasladó al cuchillo. Tendría pocos instantes para decidir qué haría.

1 Comentarios

Win, seré sincero y diré que me gustó, me parece un texto fantástico y descriptivo de un estado de ánimo insano, el del protagonista, que nos va sumiendo en su propia vorágine destructiva. La ira, el odio, la autocompasión, hasta que aparece en escena el cuchillo, son estadíos que nos trasladas con perfecta maestría.
Comprendo la necesidad de búsqueda de tu protagonista, incluso la negación a que en ese buscando encuentre lo que su imaginación y su suspicacia ya dan por cierto.
El final, me gusta menos, por dos motivos.
El primero, estrictamente literario. Me obligas a decidir por el protagonista qué hacer. Imaginarme el resto del final y acomodarlo tal vez, a la ficticia perspectiva de qué haría yo en semejante galimatías emocional.
El segundo, el que a uno o a una le engañen no es razón ni remotamente suficiente para pensar siquiera en quitarle la vida a nadie. (no nos engañemos, una de las disyuntivas a escoger podría ser esa). Nadie es propiedad de nadie, y menos hasta ese punto.
Por lo demás, como lo que te he leído anteriormente, un texto magnifico, perfectamente escrito y estructurado, un vocabulario exquisito y exacto.
un saludo de miguelito, y mi admiración por tu talento.

15/02/12 09:02

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