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Cuentos En la Guerra.

Es bueno frotarse los pies y hacer que la sangre circule. Están fríos. No son capaces de retener el calor. Y la noche se viene larga. Tengo tanto frío como falta me hace el sueño. Abel ha encendido la vela y se nos iluminan las caras con esa luz amarilla, débil y retorcida. Está tratando de evitar tocar el tema de Genoveva.
Pero yo la ví.
A pesar de que Abel me apretaba fuerte contra su pecho mientras corría, la ví tendida en el suelo, los ojos abiertos mirando las nubes, asombrada por la rapidez con que se escapa la vida. Nosotros seguimos corriendo aún por un buen rato. Abel jadeaba y gemía con una voz aguda que no le conocía hasta entonces. Yo le pesaba demasiado. O quizás sería la pena. Miró un par de veces hacia atrás, pero no titubeó en su carrera conmigo en brazos.
Abel no creía en ella. Cuando apareció en el campamento y le dijo lo que pensaba hacer, fue el primero en escupirle en la cara lo ridículo de su idea. Sin embargo, cuando las bombas estremecían el suelo, mientras yo juraba que la próxima granada caería sobre nosotros y el pánico me impedía respirar, ella se dedicaba a contar sus historias. La primera vez que lo hizo estaba sobre Maura, ambas aplastadas contra el piso, Genoveva como un cobertor aislante entre ella y el peligro. Hablaba intentando disimular el temblor en la voz. Y a medida que el conejo subía la colina, el ruiseñor competía con una máquina por el favor del emperador y una princesa se escondía tras una piel de asno, las bombas dejaron de existir. Y durante un tiempo, mientras Genoveva estuvo con nosotros, la guerra se acabó.
Reunidos en torno a la vela, Abel se dedica a estudiarnos a todos. Niños enflaquecidos, de ojos saltones y asustados. Creo que sólo ahora comprende lo que esa mujer con la mochila al hombro, los pantalones gastados y el pelo tomado en un descuidado moño sentía por nosotros.
Y creo también que ella presintió lo que habría de ocurrir. La recuerdo en las mañanas, ofreciendo un blanco perfecto a cualquiera de los francotiradores que solían esconderse entre los matorrales. Estiraba sus músculos, miraba el cielo, saludaba a Dios y le daba las gracias por haber despertado viva. Pero aquella mañana, la del ataque, tomó nuestras cosas y corrió junto a Abel reuniéndonos en un solo grupo. En algún momento, mientras Abel me tomaba en brazos, Genoveva le abrió la mochila y echó dentro un par de sus libros. Él quiso protestar, pero no hubo tiempo. Corrimos hasta que cayó la noche.
A la luz de la vela, veo que Abel saca uno de aquellos libros empolvados y desgastados por el toque de los dedos de Genoveva. Hojea el libro lentamente durante unos minutos antes de comenzar a hablar. Hay costrones de tierra en sus mejillas todavía húmedas. Afuera, el sonido de las metralletas se escucha asfixiado en la distancia.
- Hace muchos años había un rey poderoso que era amado de sus vasallos...
Pero eso, a nosotros, ya no nos importa.
- ...gobernaba un estado fértil, dilatado y populoso en el Oriente...

FIN
Winchestermcdowell29 de enero de 2011

3 Comentarios

  • Norah

    Y creo también que ella presintió lo que habría de ocurrir. La recuerdo en las mañanas, ofreciendo un blanco perfecto a cualquiera de los francotiradores que solían esconderse entre los matorrales. Brillante.Cariños.

    29/01/11 01:01

  • Jazaell

    como siempre un agrado leer tus relatos. tienes una forma muy especial de escribir y lo plasmas en tus letras, aqui tienes un fan de tu lectura. Que estes bien.

    29/01/11 07:01

  • Winchestermcdowell

    Gracias, Norah. Cariños a ti también.

    Gracias por tus palabras, Jazaell. Son importantes para mí. Trataré de mantener la línea en el futuro para que sigas siendo mi fan. :)

    01/02/11 04:02

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