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Estadio Iv -metástasis-

Estoy muerto, ya solamente queda por saber la hora en la cual libraré, de la prisión de mi cuerpo depauperado, el último aliento. Éste vendrá cargado tanto de desesperación como de cosas por hacer… cosas que jamás veré hechas. Nunca el tiempo será suficiente, ni por diez vidas vividas. Jamás nuestro mundo dejará de girar ante tragedias personales…

Estoy muerto como muerto está el mar del mismo nombre. No habrá más amaneceres ni más paseos amarrados de la mano, recogiendo pétalos rojos y pétalos amarillos. Atrapado en esta convulsa realidad, la mía. Perdición ubicada al lado convexo del tiempo, raposo e insuficiente; ni por cien vidas vividas. Acá las sombras caen cinceladas bastamente, titilantes por veces, efímeras a la par; buscando no dejarse atrapar, no al menos excesivamente. Se ríen de cosas, momentos y situaciones para mí ciertamente importantes… ¡cuánto menos lo eran! Caen en cascada cuan copos de nieve contorsionándose contra el horizonte…

A ratos impertérrito, risueño y amargo veneno. A ratos desolación, caos y combustión celular. Envuelto yo en lino raído, listo y dispuesto a recorrer galerías infernales que, partiendo del centro de mi cuerpo doliente, mueren parapetados contra cada esquina de mi carne enferma y mis huesos quejumbrosos. Noches desveladamente desveladas; días de tenue luz, cosido y recosido en quirófano huraño durante horas estériles. Hete aquí el consiguiente postoperatorio, recién llegado del inframundo ¡Qué terrible impotencia caer al vacío cuando te han arrancado las alas!

Otros pacientes desfilan erráticamente, evitando levantar la mirada. Quizás sean ánimas aguardándome. Algunos con el gotero a cuestas y sus esperanzas perdidas cargadas a la espalda. Y en ocasiones veo o creo ver niños oncológicos de calvas prematuras. Éstos esquivan los carritos de la comida montados en sillas de ruedas y coches de plástico. Unos y otros recorren ese estrecho y gastado pasillo testigo de infortunios empero también de finales épicos. Las “ánimas” terminan deteniéndose en el gran ojo de buey que mira al horizonte. Los infantes apuran sus fuerzas, derrapando sillas de ruedas y coches de plástico al tiempo que enfilan una vuelta más. No demasiado lejos de allí agua de mar y la mar entera, tranquila y sosegadamente velada tras las montañas…

Estoy muerto al igual que esa canción lenta, sin estribillo, que suena en una pista de baile vacía. Observo de reojo a la enfermera de turno, latina entrada en carnes. Me mira con indiferencia mientras administra los paliativos. Así debe ser pues para hacer bien su trabajo debe hacer palpitar su corazón de hierro con la frialdad del acero. A fin de cuentas para ella no soy más que un número pegado en la pulsera.

Otro cadáver, de muchos, que aún no se ha percatado de su sentencia y condición. Lo sabe el cuadro médico, pragmáticos, llenos de falsas promesas meses atrás. Entre uno y tres años, entre tres y un año ¡sentido despropósito! Lo saben mis amigos callejeros y mis amigos del trabajo. Lo saben los dioses alzados y los dioses caídos; los silbidos del viento precipitado por entre las hojas de los sauces, lo sabe mi familia y lo sé yo mismo, cautivo dentro de este cuerpo tumoral.

Estadio IV, partido perdido, sin prórroga. Arropado por aquellos a los que importo en esta póstuma cama de hospital. ¿Qué epitafio rezará mi tumba? ¿Qué obra incompleta habré dejado? Mi momento ha pasado como pasa el dolor transitorio. ¡Qué más da! No hay de otra. Adiós boca de azahar y labios mentolados; adiós abrazos de peluche y guerra de almohadas. Adiós estrellas fugaces y estrellas fugitivas, adiós palabras dichas con la mirada y adiós al grito del que calla por no verse hablar. Bienvenidos cuidados paliativos, pasad, pasad, soy todo vuestro…

Lágrimas febriles, trémulas, bañadas en juramentos por parte de este paciente tumoral hundido en arenas movedizas. Si estiro los brazos éstos muestran huesos descarnados, incluso huesos desconocidos… ¡No son los míos! ¡No pueden serlo! ¡Malditas disposiciones del sino! Morfina en vena, ilusiones, visiones, anhelos… ¿y mis piernas? ¿También serán huesos descarnados?…

Desfallezco como desfallecen los cuerpos celestes tras millones de años empadronadas en su pedazo de universo. Me consumo como cigarrillo que, prensado y salivado, libera sus últimas volutas de humo. No, no hay culpables en esta sentencia y sí verdugo presto para mi ejecución.

Los humanos somos conscientes de nuestra mortalidad y yo he vivido la vida que quería, al lado de los que quería vivirla. Sin embargo ¡se me ha hecho igual de escueta que tu escote de mujer, mi mujer, reflejándose en mis palpitantes pupilas!

Turno de noche, noches a turnos. Voces amistosas susurrando en solemnidad. Pasos lentos que vienen y van como olas en la playa; tacones lejanos martilleando mis tímpanos y gimoteos mal disimulados antes de cruzar el umbral de la puerta.

Allá arriba, muy alto, la luna nueva reluciente y coqueta se difumina entre nubes alargadas. Su débil brillo me conforta, ayudándome a soportar esta soledad… la soledad del moribundo. ¡Lo escucho todo y lo veo todo, perfectamente irreal!

Consumiéndome estoy, desde dentro hacia afuera, desactivándose las últimas bombas inservibles de quimioterapia. Morfina, necesaria adicción sin contrición ¡fortaleza valiente amigo! ¡Menudo descosido te han hecho! Empero ¡estamos contigo en estas horas aciagas! Ha debido amanecer ¿o será todavía noche? ¿A quién escuche hablar de alquimia? ¿Y de milagros? ¿Importa? ¿Qué diferencia puede haber para un difunto parlanchín?

Siento la mano de mi mujer tomando fuertemente la mía. No debería ser así mas lo es ¡lo escucho todo y lo veo todo, perfectamente irreal! Su llanto se descuelga por sus mejillas cuan par de viejos zapatos patinando en pistas de escarcha. Y yo entretanto lidiando con mis circunstancias. Serenamente mudo, parcialmente persona, vegetal despojado de raíces, engullendo drogas que disputan carreras ilegales por mis venas y arterias. Estadio IV, partido perdido, sin prórroga. Metástasis, has salido a bailar conmigo y no te he podido decir ¡no! Así pues, de la cintura, me agarraste con bríos por no permitirme buscar otra pareja de baile.

Allí, acá y acullá siempre ella, mi esposa. ¡Apriétame más fuerte la mano! ¡Hazme revivir! Aunque sólo sea una ilusión. Ella y yo, yo y ella, juntos desde el instituto. Voz de soprano, conciliadora, enérgica y gustosa de bailar canciones lentas. Ella y sólo ella, madre de mis dos hijas; amiga, compañera y amante. En horas pares inclusive saboreo sus labios y en las impares su piel de melaza pero, más pronto que tarde, vuelvo sobre esta situación que me recuerda, empecinadamente, lo que estoy por perder y que los sueños simplemente son sueños…

Días enteros tapizados con cortinas sombrías, condenadamente condenado entre estas cuatro paredes que vomitan olor a lejía. Quisiera gritar pero mi boca fue cosida con grueso hilo negro…

Si tuviese una segunda oportunidad volvería a recorrer los mismos caminos de la vida y volvería a elegir a la misma mujer. Ésa a la que pedí matrimonio una tarde de verano, disfrutando del primer picnic de julio. ¡Qué lejos queda todo aquello! A mis hijas dejaré sin padre ¿Qué decirles? Profusas disculpas Yo no quisiera marchar ¡juro por lo sagrado y divino que no! No obstante alguien ha echado mis piernas a caminar hacia lo desconocido. Recuerdos de mí que el tiempo atenuará hasta casi borrarlos…

Estadio IV, partido perdido, sin prórroga. Estoy tan cansado, tan agotado… sin embargo no siento dolor y ello a pesar de estar destrozado por debajo de la piel. ¡Suban el volumen de esa música! ¿Quiénes son esos niños que me miran desde el exterior, pegadas sus pequeñas narices al cristal de la ventana? Visiones irrealmente reales. Chupitos de morfina, barra libre, nunca vienen mal para acabar la noche.

Levito como esos voluntarios en la función de un mago que, armado con dos escobas, obra el milagro del cuerpo rígido.

Ella, mujer entera, mujer que espera lo único que puede aguardar. Me aprieta la mano como si no hubiese mañana y a todas luces así es. Ella, cerca y lejos de mis sentidos. Dos mundos incapaces de coexistir en el mismo plano. Las máquinas a mi izquierda pitan, oscilan y traquetean como barca en plena marejada. ¡Qué nadie se preocupe! La noche, sí, la noche será larga.

Grito desgarrado y mi esposa sale corriendo de la habitación nicho. Mi último suspiro ha quedado atrapado en su boca. ¡Alto, esta fiesta no ha terminado! Al tiempo que bajo los párpados tomaré a mi mujer de la cintura porque le he prometido este baile… más los que están por venir. Mañana iremos con las niñas al parque y pasado… pasado leeremos poesía.

Estadio IV, metástasis. Sueños quebrados como quiebra el árbol que no sabe doblarse a favor de viento; sueños incumplidamente cumplidos expuestos en la ruleta del vivir. Siento dejar este mundo como se deja volar una cometa según carrete tenga. Mi pesar es mi dolor y mi dolor pesar. Me destroza dejaros solas en esta madrugada de verano, calurosamente gélida. Adiós juegos de pirata pata de palo y parche en el ojo; adiós tormentas previas al sol brillante, solamente adiós. Por favor, no me olvidéis…

Oscuridad aquí, afuera y en todas direcciones. Frío glacial, témpanos resbaladizos, césped recién cortado sin olor, lágrimas que a su vez lloran y un poco más cerca… pupilas mortalmente heridas.

¡Te invito a seguir viviendo! ¡Qué comience el baile! Escucho nuevamente nuestra canción y tú, mi amor, ¿la escuchas? Desconexión inminente. Fallecimiento del paciente: tres y cuarenta y cinco de la mañana.
Xenius19 de noviembre de 2023

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