En ocasiones, cerramos nuestras puertas y las aseguramos con llave, por miedo, miedo a lo desconocido, miedo a algo que pueda hacernos daño, miedo a no ser felices. Pero ese miedo, a la vez te impide llegar a serlo del todo, te impide descubrir lo externo, te impide conocer bien a las personas, te impide tocar el cielo con las yemas de los dedos, te impide sentir las nubes rodeando tu cuello, te impide flotar, enamorarte.
En el día menos esperado alguien encuentra esa llave, creada con paciencia, risas y bromas, con cariño y tranquilidad, pero sobre todo, con confianza. Esa persona deposita en ti sus miedos, los cuales pueden o no coincidir con los tuyos, pero es el hecho de que lo haga lo que hace que tu puerta pueda abrirse. Esa persona te aporta seguridad con tan solo un abrazo, un abrazo que susurra en silencio que no va a marcharse, que estará ahí y esa gran sensación hace que confíes, puede que llegue el día en que esos brazos se desvanezcan, pero mientras tanto no puedes perderte ser feliz.
Confianza, todos la queremos pero no todos estamos dispuestos a ofrecerla.
Sin embargo, en ocasiones es bueno intentarlo. Y vivir.
Totalmente de acuerdo.
Buena reflexión.
Saludos.