Y a la altura de la rodillas de mi padre
caminaba yo a su lado por la plaza.
Aquella mañana de Febrero
como acostumbrábamos todos los domingos.
Y yo miraba las palomas
alimentadas por las migas de pan
que muchos transeúntes
solían echar.
Esa plaza donde los muros de piedra
eran inalcanzables a la vista
para poder ver más allá.
Dónde aquellas paredes grisáceas
se unían con ese cielo nublado
de invierno.
La gente se agolpaba en la plaza
y yo iba tan indefensa
ante tantos zapatos
que pisaban firme y duro
a tan sólo unos centímetros de mí.
Observaba con curisosidad
como había gente
que se dejaba limpiar los zapatos.
Y cogida de tu mano iba caminando,
con miedo,
pero feliz.
Deseando que aquel paseo
no terminara nunca.
Por el mismo camino,
con mi pelo alborotado,
iba dando dándole patadas
a las hojas secas
con mis zapatos nuevos.
Junto al parque
de arena amarillenta
con sus columpios
intentando aguantar
unos años más.
Y era yo la que te observaba
cuando me dejabas sola
aquellas horas
en las que jugar
no implicaba más,
que la preocupación
de un futuro
más allá de la tarde.
Recuerdo las lágrimas
que me podía haber ahorrado.
Las mentiras que inventaba
encerrada en mi cuarto
antes de que las vacaciones
dieran por acabadas.
Recuerdos que me llegan
en días como hoy.
Que tras años después
aún sigo buscando tu mano
y no te das cuenta.
Sólo me queda el recuerdo
de esos años.
Y el sentir de tu mano
que áun me aprieta
Violeta, es un lindo recuerdo, un bello recuerdo, si esta, como si no esta, seguro que estara muy orgulloso de ti, en cierta forma has hecho una elegia a tu padre.Un saludo.Me gusto.