Qué necias maneras tenía Don Sergio. Un escozor recalcitrante le cubría el cuerpo si el retrato de su vieja muerta no estaba chueco. Y chuscamente pisoteaba con rabia, en el punto donde figuraba más concentrada la irrespetuosa gravedad del planeta, que le daba fastidios escabulléndose a su espalda y colocando maliciosamente el cuadro de la ancianita en vertical preciso. Si había tormenta, salía a discutir con ella, contestando los truenos con vituperios y retándole a pelear navaja. Una vez coleccionó seis perros y trató de hacerles jugar a las cartas. No pudiendo, manifestó: Ya sabía que eran pendejadas. Otro día, le ví caminando en reversa con un gallo. Apenas conversaba sin recordarle a uno que también habría de morir algún día. Mi episodio favorito fue cuando una nena salió de casa del viejo con semblante perturbado y encontrándome en el camino declaró las cosas que una hace por lana. Hoy le tenemos aquí en su final descanso y no parece quedarse quieto. La tormenta se ha congregado sin ser anunciada y guarda un silencio triste y muy macabro. Y estos perros que han venido sin traerlos nadie. Donde quiera que esté, estará dando lata. Al menos tengamos ese consuelo.
A continuación se repartieron gallos entre los congregados. Y salieron todos en reversa del funeral, maldiciendo y llorando.