Se esmera el frío, que empolva la piel y silba detrás de las cortinas, se esmera en entrar por el dintel de la puerta de la cocina, y congelarnos en el mismo abrazo con que lo extinguimos, de amor y lumbre.
Mira afuera.
Se esmera el ruido, el trajín de lo que se opone por costumbre, de tu orgullo y mis desvaríos, se esmera en entrarnos por cualquier oído, y confundirnos el murmullo y el suspiro mismo con que lo acallamos.
Mira.
Que se esmera la rutina y se esmera el cansancio, vamos, que hasta la melancolía se esmera en abrirse paso, y van los tres como ladrones descalzos, por el laberinto de palabras que conducen al beso, recinto precioso en que nos escondemos.
Y afuera quedan, nada tememos, que se esmeren, tu no hagas caso. Mejor juguemos a seguir en el abrazo, en el murmullo, en el suspiro y en el beso.