No se han percatado de mi inexistencia. No lo saben, no disciernen que soy sombra del viento, reflejo de un momento en que no quiero ocurrir. Nadie distingue que soy hipotético, surreal, que soy el acuerdo colectivo aquel, de que un ser semejante a mí, en gestos, timbre y maneras, debería con toda certeza ocupar mi espacio, mi elegancia y mi consecuencia. Como luz que no llega, o cuando el árbol cae en silencio, de tantas formas no soy, que por conveniencia han documentado lo que suponen he de ser. Que registren en un acta mi ausencia: Se llama Abraham y nunca ha sido, pudo haber nacido un primero de febrero, tal vez, digamos, en México. Le gustaría si gustar pudiera, el café negro y la psicodelia. Quede también dispuesto, que su inexistencia es asunto de nadie más que de sí mismo. No nos percatemos, no sepamos nunca que su presencia es falsa y su voluntad imaginaria. No preguntemos quién vive cuando el venga.
abraham: saber quien vive, quien respira, quien tiene la sutileza de palpar lo inimaginable solo es cuestión de si nuestro subconsciente permite recibir nuestra verdad o nuestro imaginación.
