Puedo oír el canto alegre de la oscuridad,
silencio perverso y atractivo,
como la araña
duermo en la trampa,
incluso cuando todo se apaga,
cuando lo aparente es calma,
la sombra de los muebles,
la sombra de mi espíritu,
el placentero calvario
del descanso digno,
ahí continúa, dentro de mí,
inagotable, inclemente,
el runrún eterno,
un crepitar antiguo
que brota de mis entrañas
e inunda
cada uno de mis sentidos,
hilarante y sin frenos,
tan gigantesca que sonríe cautivadora,
esa fiel indeseable
que me construye y destruye
a partes iguales,
la rabia, la maldita rabia...