Por momentos he tenido las agallas de mostrar indiferencia hacia tu nombre, hacia su sonido, reiterado y persistente en las paredes que lo encierran; como si permanecer hierático ante los sentimientos fuera signo de valentía, como si no bajar las persianas fuera a evitar que la lluvia penetre por la ventana, ésta al igual que las emociones no entiende de control, de domador alguno, funcionan a su libre albedrío, que no es otro que el de la naturaleza, salvaje, impredecible, verticalmente real. Quizás fingir que algo no trasciende los poros de la piel es la actitud cobarde; el desmentir que vemos esos ojos en los cristales empañados del invierno incipiente. Que no tememos perder, pues no tenemos nada que ganar argumenta una mente limitada y pusilánime. Pese a todos los obstáculos que nos pongamos en el camino, siempre iremos por detrás, ya que la carrera no es cuestión de espacio, sino de tiempo; y no recorre carretera alguna, tan sólo nuestro intrínseco existir.
