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Crónicas de un Taxi.



Se llevaba a cabo una importante reunión dentro de una oficina privada en el edificio matriz de Industrias Pedroza S.A. de C.V. la cadena líder a nivel mundial en venta de comida para perros y que recién llegaba al país para vender sus productos en el mercado nacional, los rumores decían que habían llegado a buscar un monopolio.


—Muy bien, trato cerrado.— dijo Tobías Pedroza, presidente de Industrias Pedroza, poniéndose de pie y estrechando la mano de su acompañante.


—Fue un placer.— respondió Rafael Medina, representante del Lic. Roberto Espinoza, senador de la república y que a su vez, era líder de una célula de políticos con intereses en particular llamada 'Estrella Negra', la cual trabajaba a la sombra de la ley.

'Estrella Negra' estaba conformada por varios senadores, diputados, gobernadores y presidentes municipales, los cuales vendían, literalmente, sus propuestas y votos en los gabinetes para beneficiar a algunas empresas transnacionales a cambio de fuertes sumas de dinero, lo que había comenzado como un simple negocio de dos o tres personas se había convertido en una organización criminal de cuello blanco que pasaba desapercibida a los ojos de la ley y del pueblo, gracias a lo poderoso que eran sus integrantes en el ámbito político y social.

Rafael Medina abandonó la oficina de Industrias Pedroza en cuanto el negocio a nombre de su jefe había sido concretado, al llegar al estacionamiento abordó su automóvil rentado pero este no arrancó.

—¡Maldita sea!— se lamentó Medina. Después de casi media hora de intentarlo, se rindió, llamó a la agencia de autos alquilados para informar lo sucedido y buscó la salida del edificio donde un taxi vacío aguardaba cliente. —¿Está libre?— preguntó.

El taxista lo miró con extrañeza, pero finalmente dijo —Sí, lo está.— y una ligera sonrisa se dibujó en sus labios.

Medina abordó el taxi y dijo —Lléveme al Hotel Noruega, por favor.—

—Como usted ordene, señor.— respondió amablemente el taxista y arrancó el vehículo.

Cuando la travesía al hotel había comenzado y ya se habían alejado un par de cuadras de Industrias Pedroza, Medina tomó su teléfono y llamó a su jefe quien, como de costumbre, no respondió, así que sólo le dejó un mensaje de voz.

—Licenciado Espinoza, el asunto de Pedroza ha quedado cerrado, su parte del trato ha sido hecha, en este momento me dirijo hacia el hotel, mañana a primera hora volaré de regreso a la capital y le haré entrega de los documentos. Tobías Pedroza pidió fehacientemente su compromiso y el de sus compañeros, por lo que me vi obligado a mostrarle algunas pruebas que abalan la credibilidad de la Estrella. De cualquier manera, el trato está hecho, comuníquese conmigo lo más pronto posible, por favor.— y colgó. Respiró profundamente y se relajó mientras aguardaba su destino.

—¿Cómo van los negocios, amigo?— preguntó el taxista.

—Bien, afortunadamente.— respondió Medina con una sonrisa sin darle mucha importancia al conductor del vehículo.

—Es bueno ver que al menos a algunos les está yendo bien en este país, estamos jodidos ¿sabes?— dijo el taxista intentando hacer plática con su pasajero.

—Sí, lo sé.— contestó por cortesía Medina.

—Yo tenía un pequeño negocio, no era la gran cosa, pero me servía para comer.— siguió hablando el taxista. —Llevaba a cabo ciertos trabajos de todo tipo, era un "mil usos" cualquiera, pero me iba muy bien.— se rió de forma ruidosa.

—Me parece bien.— dijo Medina con una sonrisa obligada y de forma cortante, deseando que el taxista guardara silencio.

—Te preguntarás... "¿Y qué haces ahora manejando un taxi?"—

—Pues...— Medina parecía un tanto molesto.

—Verás...— interrumpió el taxista — la vida a veces es cruel, amigo, jamás había arruinado un trabajo y bastó con joderla una sola vez para que toda mi reputación se fuera al caño y ya nadie quisiera mi trabajo, diablos.—

—Entiendo.— dijo el pasajero.

—No creo que lo entiendas, mírate, todo trajeado, seguro debes vivir muy bien, te envidio amigo.— el taxista reía cada cuatro palabras —Aunque te puedo presumir que hace un par de días me ofrecieron un trabajo, es una insignificancia pero es lo que hay, así que decidí hacerlo.—

Medina sonrió, observó por la ventana los edificios de la ciudad, ignorando al taxista, y se le vinieron a la mente aquellos años en los que se encontraba en una situación así, tenía veintinueve años y había sido despedido de su empleo debido a un recorte de personal, durante dos años se mantuvo desempleado y sobreviviendo de pequeños trabajos temporales, incluso algunos que no eran acorde a su perfil profesional. Hasta que un día, le invitaron a participar en la campaña política del candidato Espinoza el cual, contra todas las posibilidades, ganó la elección. —"Tuve que lamer tantas botas, soportar tantas humillaciones, pero logré subir a lo más alto, hasta ser el hombre de mayor confianza del Lic. Espinoza."— pensó para sí mismo, le había costado mucho trabajo, pero logró convertirse en la mano derecha del hombre más influyente en el ámbito político, el más cercano, con el que siempre podía contar, incluso para manejar las cuentas de la asociación, quien conocía más secretos que nadie sobre el senador y sobre "Estrella Negra", el que hacía el trabajo sucio pero que igual ganaba bastante dinero libre de impuestos y, quien sabe, quizá algún día podría entrar a la política también —"Sería decisión del Lic. Espinoza".—

—¿Qué opinas, amigo?— preguntó el conductor sacándolo de sus cavilaciones.

—Bueno, espero le vaya bien en ese trabajo y pues... ya encontrará alguna manera de sacar más dinero, verá que en cualquier momento la suerte le sonreirá.— respondió con amabilidad Medina, mientras el taxi se detenía en un semáforo, una cuadra antes de llegar a su destino.

—Si, en cualquier momento...— respondió el taxista, volteó hacia el asiento trasero y sacó una pistola. —...ahora, por ejemplo.— dijo a un aterrorizado Medina que recibió el impacto de un dardo en el brazo.

Un ligero alarido fue lo único que Medina pudo emitir cuando quiso gritar. —¿Qué...?— intentó hablar pero su respiración se agitó bastante y un sudor frío empezó a recorrer su frente, de pronto todo parecía dar vueltas, su vista se nubló cada vez más hasta que, finalmente, cayó inconsciente.

Al despertar, Medina se encontraba atado de pies y manos a un poste, pero no podía ver nada pues la oscuridad era total. —¡AYUDA!— gritó con desesperación, pero no sabía si alguien lo había escuchado, del miedo empezó a llorar, todo era absoluta oscuridad en ese lugar hasta que, a lo lejos, un punto de fuego se vio brillar, símbolo inequívoco de que alguien fumaba un cigarrillo —¡Hey! ¡Hey!— volvió a gritar —¡Suéltame! ¿Quién eres? ¿Qué quieres?— Una risa hueca fue la respuesta a sus preguntas —¿Dónde estás? Hijo de perra, ¡¿Dónde estás?!—

El cigarrillo fue arrojado al suelo y una voz preguntó —¿Quieres verme?— una voz que él conocía, era el taxista.

—¿Eres el puto taxista? ¡Malnacido, suéltame ahora!— Medina estaba furioso. —¡No tienes idea de con quién te metes! ¡No sabes para quien trabajo, hijo de puta!—

—Claro que lo sé...— respondió con serenidad el taxista —De hecho, yo trabajo para él también.—

—¿Qué?— dijo Medina muy confundido, no había puesto mucha atención en el taxista, quizá por eso no lo reconoció. —¿Quién eres?—

—No creo que me conozcas, apenas fui contratado... hace un par de días, de hecho.— el taxista seguía riendo. —Espinoza me dijo que tú sabías algo sobre unas cuentas bancarias en las Islas Caimán...—

—¡¿QUIÉN ERES?!— preguntó de nueva cuenta Medina, lleno de ira.

El taxista se volvió a carcajear. —Te voy a dejar verme, voy encender la luz.— respondió en tono de burla y, finalmente, la oscuridad se acabó, pues la luz de un foco rojo invadió el cuarto.

Entonces Medina pudo verlo a la cara, nunca había visto aquel rostro de barba descuidada y abundantes cicatrices, enmarcado por una cabeza rapada, lo miraba con demencia iluminado ligeramente por la tenue luz de un foco rojo. —¿Quién eres?— volvió a preguntar.

—Mi nombres es Renzo...— dijo el supuesto taxista —y tú eres Rafael Medina ¿No es así?— Medina movió la cabeza en señal de afirmación, Renzo sonrió, sacó un bisturí de su bolsillo y lo movió frente a su víctima. —Ahora... háblame sobre esas cuentas en Islas Caimán.—



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Esta historia se relaciona con "El Foco rojo", la cual puedes leer AQUI.

CUENTILÓPOLIS
Aeron22 de junio de 2012

8 Comentarios

  • Katerina

    Renzo de vuelta!!!

    Si!!, ya te dije que deberias ampliar sus relatos, un personaje que te aseguro va a trasender, se merece mas que dos relatos, cuando concluyas OCHO LADOS, piensatelo bien va?

    Bueno amigo,yo te admiro y puedo decirte que esta lectura fue como siempre, buenisisima.

    Cuidate y trabaja en cap, cuenti lo pideee.

    22/06/12 07:06

  • Beth

    Vaya buen rato me has hecho pasar. Si, aunque yo sería incapaz de escribir cosas así, porque no me sale esta vena literaria, disfruto mucho leyéndolas. Saludos

    22/06/12 08:06

  • Libelle

    Muy bueno me encanta Renzo , y toda la trama .

    un saludo

    22/06/12 10:06

  • Lumino

    Paso unos excelentes momentos leyendote, es muy bueno lo que haces. Un saludo

    22/06/12 01:06

  • Nereael

    Madre mía, qué miedo el tal Renzo con el bisturí en la mano. Me ha gustado mucho, Aeron. Un abrazo.

    22/06/12 04:06

  • Didina

    Un buen ratito he pasado con esta lectura, gracias por dejarla. bsos didina

    23/06/12 10:06

  • Elmalevolico

    Muy beno, pero en mi caso desde que me subo a un taxi y el conductor es amable y no para de hablar, ya estoy de uñas o pidiendo que me bajen, Aquí la ciudad es muy peligrosa y no se puede ser confiado. Al rato paso a cuentipolis chamacos!!! saludos!

    23/06/12 09:06

  • Katerina

    Amigo mio, :) es un gusto ser tu amiga

    14/09/12 08:09

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