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Terrores Magníficos

Del pavor de la última noche recuerdo sudores fríos y calaveras de acero blandiendo antorchas y celos provocados por la sinrazón. El sol se mostraba como un homicida intenso y la lipotimia era el artefacto que utilizaba el calor para hacernos saber que estaba ahí, rabilargo, dispuesto a convertirnos en un saco lleno de ahogos y calentones mañaneros. Sucede que el terror ronda nuestras cabezas en el momento en que lo que nos rodea pierde el sentido y anda a sus anchas: todos estamos muy seguros de nosotros mismos, hasta que llega el terror (en este caso en forma de 40 grados centígrados a la sombra) y el ateísmo se va convirtiendo en una oración constante que repetimos sin decoro, primero de pie y, acto seguido, de rodillas, demandando clemencia.
"Terror es el sentimiento que paraliza el ánimo en presencia de todo lo que hay de grave y constante en los sufrimientos humanos y lo une con la causa secreta", apuntaba James Joyce sobre el tema. Y es que el terror anida en nuestro interior y calla para no ser visto. Enseguida mueve un brazo para que nuestras entrañas sepan de su presencia, aunque nosotros pensemos que la cosa no es más que un dolor momentáneo o un gas reprimido al que le gustan los interiores. Pasado un tiempo –tal vez años- comienza a mover todo su cuerpo. Agita sus brazos con sumo impulso, menea su cabeza encerada, da patadas sin hacerse cargo de los daños y se reprime al cabo de unos segundos para que nos sintamos confiados y así hacernos sufrir más tarde.

Lo cierto es que existen cientos de terrores diferentes. Pudiera decirse que todo individuo es un terror con patas que procura una luz que ilumine su cerrazón. Hay terrores nocturnos, terrores momificados en años que aparecen en la vejez para hacernos ver que actuamos mal en su día sin tener en cuenta que la conciencia despierta cuando a ella le place, y no al contrario. También podemos encontrarnos con terrores magníficos, que son esos que le dan sentido a la vida cuando ya creíamos que jamás podría tener sentido.
El terror va de la mano de su hijo menor, el miedo. Ambos conocen nuestras debilidades, nuestros defectos, nuestras culpas que aún no han sido purgadas a causa de la altivez. Ellos -el terror y el miedo- cabecean plácidamente esperando a que nos sintamos dignos y fuertes para así arrancarnos el corazón y hacérselo comer al primer cuervo que se vea en la necesidad de engullir un sentimiento que, naciendo puro y cortés, se ha ido convirtiendo en un trozo de metal correoso y ciertamente lastimado.
Como si se tratara de un relato de E. A. Poe, la aprensión dormita bajo la mesa, palpita lágrimas de malestares futuros y consume nuestro sentido común para convertirlo en cenizas y gatos negros que ostentan sombras luciferinas. Aunque dicho sentimiento puede que sea más simple que todo lo anteriormente mencionado, puede que sea tan sólo aquello a lo que se refería Kurt Vonnegut: "El verdadero terror es levantarse una mañana y descubrir que tus compañeros de instituto están gobernando el país".
Alexandervortice16 de julio de 2013

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