- Ven y explícale lo que tiene delante. Ahora no lo sabe, pero seguro que podrá sentarse cuando los efluvios que se cuelan entre tus dientes la hagan enmudecer. Habla, díselo... no me mires así. Tarde o temprano tiene que saberlo, ahí no hay nada. Son cosas que pasan, en el fondo no es tan malo. En el fondo es algo más, algo más.- Aquella mujer con voz senil gritaba a su marido absorto frente a una silla vacía.

No soporto el peso de tus labios cerrados. Habla, o mi garganta se partirá en pedazos, díselo, o mi impaciencia coagulará en ira. No se merece quedar en ese estado para siempre. Ya hace tres años que sus párpados no se unen. Quedó hipnotizada frente a una imagen que para nosotros no es más que una imagen, otra más. Una silla vacía que además le da la espalda. ¿Me escuchas?

Y sigues ahí, como la sombra de sus demonios, como los emolumentos de un sicario. Frío, inmóvil... ¿No será que tú tampoco entiendes lo que tienes delante? No es más que nada... No es más que nada! Mírame, te estoy hablando.

- Silencio, o harás que se vaya.

- ¿Que se vaya quien?

- La vida.

Continuaban ensimismados a las espaldas de aquel mueble vacío, situado frente al ocaso viviente que se extendía tras la ventana.

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